Las emociones
negativas constituyen un riesgo para la salud pues influyen sobre ésta por
medio de diferentes mecanismos. Quizás el más conocido es el Síndrome General
de Adaptación (SGA) (Selye, 1936, 1956), también denominado estrés, que Labrador (1992) define de la
siguiente manera:
Se considera que
una persona está en una situación estresante o bajo un estresor cuando debe
hacer frente a situaciones que implican demandas conductuales que le resultan
difíciles de realizar o satisfacer. Es decir, que el individuo se encuentre
estresado depende tanto de las demandas del medio como de sus propios recursos
para enfrentarse a él; o, si avanzamos un poco más, depende de las
discrepancias entre las demandas del medio, externo e interno, y la manera en
que el individuo percibe que puede dar respuestas a esas demandas.
Esta definición
está acorde con el enfoque interaccional del estrés (Lazarus y Folkman, 1986),
que es el más aceptado de la actualidad, ya que lo concibe como un proceso
transaccional entre el individuo y la situación. Según este enfoque, la
naturaleza e intensidad de la relación del estrés es modulada, al menos por
tres factores: en primer lugar, por el grado de amenaza en que el sujeto
percibe la situación; segundo, por la valoración que el individuo hace de los
recursos que cree tener para afrontar con éxito la demanda de la situación; y,
tercero, por la disponibilidad y el grado de afrontamiento que el sujeto pone
en marcha para restablecer el equilibrio en la transacción persona-ambiente.
La cronicidad de
este síndrome (SGA) genera un aumento de vulnerabilidad del individuo a padecer
algún tipo de enfermedad (por ej., incremento de glucocorticoides). Los efectos
neuroendocrinos e inmunitarios del estrés no constituyen un agente patógeno
específico, sino que representan un riesgo específico, que incrementa la
vulnerabilidad de los sujetos ante las enfermedades (por ej., enfermedades cardiovasculares)
en general (Valdés y Flores, 1985).
No solo puede
inducir efectos psicológicos y fisiológicos que alteran la salud, sino que
también puede influir en ella de modo indirecto, por medio de la elicitación o
mantenimiento de conductas no saludables. Esto es, no sólo son importantes para
la salud del individuo los efectos a nivel orgánico que produce el estrés u
otras emociones negativas. Una persona que viva bajo situaciones estresantes es
más probable que incremente conductas de riesgo y reduzca todo tipo de
comportamientos saludables. Por ej., en algunos estudios (Newcomb y Harlow,
1986) se descubrió que el incremento del estrés estaba asociado con un aumento
del consumo de alcohol y otras drogas. También se ha comprobado que parte de
sus efectos negativos proviene del hecho de que las personas sometidas a
estrés, especialmente de tipo laboral, presentan hábitos de salud peores que
las que no lo sufren (Wiebe y McCallum, 1986).
Se ha sugerido
que el apoyo social puede ser un importante factor modulador del estrés en el
caso de aquellos individuos que viven en situaciones estresantes (por ej.,
divorcio), pues practican más ejercicio físico y consumen menos tabaco o
alcohol cuando gozan de un nivel elevado de apoyo social, en contraste con aquellas
que cuentan con poco o ningún apoyo de este tipo (Addler y Matthews, 1994).
También se han
señalado distintas variables psicológicas como moduladoras de la relación con
el estrés y la enfermedad. Unas contribuirían a favorecer la salud (por ej.,
dureza, optimismo, autoestima) y otras la perjudicarían (conducta de tipo A,
conducta de tipo C, alextimia...) (Sandín, 1995). Así, por ej., los individuos
con un patrón de conducta tipo A reaccionan de modo diferente ante los
estresores que aquellos con uno tipo B (Glass, 1977).
No obstante, el
concepto capital del enfoque interaccional del estrés es el de afrontamiento.
Cuando se rompe el equilibrio en la transacción persona-situación, el sujeto
pone en marcha una serie de conductas, manifiestas o encubiertas, con el objeto
de establecerlo. Por tanto, los procesos de afrontamiento también desempeñan un
papel mediador entre el impacto de una situación dada y la respuesta de estrés
del sujeto. Precisamente, en esta línea se ha desarrollado todo un conjunto de
técnicas para ayudar a manejar el estrés (Labrador, 1992). Dotar al individuo
de esos recursos conductuales y cognitivos parece ser la vía más adecuada para
minimizar los efectos perjudiciales de esta sintomatología sobre la salud. (Oblitas,
2010).
Dr. Juan Carlos Valle Noriega
Psicoterapia Psicoanalítica de la Infancia y Adolescencia
Terapia de Pareja
Médica Sur: Torre de Especialidades 1, Consultorio 412
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