viernes, 28 de junio de 2013

¿Qué es una lesión psíquica en los delitos violentos?


            La lesión psíquica se refiere a una alteración clínica aguda que sufre una persona como consecuencia de haber sufrido un delito violento y que le incapacita significativamente para hacer frente a los requerimientos de la vida ordinaria a nivel personal, laboral, familiar o social. Este concepto de lesión psíquica, que es medible por medio de los instrumentos de evaluación adecuados, ha sustituido al de daño moral, que es un concepto más impreciso, subjetivo y que implica una percepción personal más de prejuicio a los bienes inmateriales del honor o de la libertad que de sufrimiento psíquico propiamente dicho (Echeburúa et al. 2000).
            Las lesiones psíquicas más frecuentes son los trastornos adaptativos (con estado de ánimo deprimido o ansioso), el trastorno de estrés postraumático o la descompensación de una personalidad anómala. Más en concreto, a un nivel cognitivo, la víctima puede sentirse confusa y tener dificultades para tomar decisiones, con una percepción profunda de indefensión (de estar a merced de todo tipo de peligros) y de incontrolabilidad (de carecer de control de su propia vida y su futuro); a nivel psicofisiológico, puede experimentar sobresaltos continuos; y, por último, a nivel conductual, puede mostrarse apática y con dificultades para retomar la vida cotidiana (Acierno, Kilpatrick y Resnick, 1999).

¿Existe una mala reputación hacia el término Adolescencia?


            Por supuesto que sí; de hecho muchos adultos la han llamado “la edad de la punzada”, “época de crisis”, “edad ingrata”, etc. A la infancia se le percibe como un período de armonía mientras que a la adolescencia se le percibe como el periodo de mal humor, inestabilidad, un periodo difícil de vivir. Sin embargo no necesariamente es así; en cada edad de la vida se atraviesa por una “crisis”, la cual no es una catástrofe que hace borrón y cuenta nueva de las etapas anteriores, sino una adaptación a la siguiente etapa. 


            Desde el nacimiento hasta la muerte, cada ser humano realiza un largo proceso de transformación. De modo que el proceso de maduración es permanente. Cada ser humano pasa por una serie de etapas de desarrollo. Cada etapa representa una tarea psíquica definida y concluye precisamente con una crisis específica.

            El término “crisis de adolescencia” en realidad es una crisis de relación puesto que el adulto se niega a tomar en cuenta al Otro, al adolescente, en su singularidad y su riqueza; se niega a reconocer que tiene una plena capacidad sexual, un pensamiento propio, unas aspiraciones particulares. Que esta fase de vida sea tranquila y no conflictiva depende antes que nada del cuerpo social. No existe determinismo biológico, ni fatalidad de la crisis, sino circunstancias socioculturales que favorecen una u otra orientación en el proceso de adolescencia.

jueves, 27 de junio de 2013

Fases que cursa el daño psicológico en víctimas de delitos violentos


            En una primera fase suele surgir una reacción de sobrecogimiento, con un cierto enturbiamiento de la conciencia y con un embotamiento general, caracterizado por lentitud, un abatimiento general, unos pensamientos de incredulidad y una pobreza de reacciones.

            En una segunda fase, a medida que la conciencia se hace más penetrante y se diluye el embotamiento producido por el estado de “shock”, se abre paso a vivencias afectivas de un colorido más dramático: dolor, indignación, rabia, impotencia, culpa, miedo, que alternan con momentos de profundo abatimiento.

            En una fase final, hay tendencia a re experimentar el suceso, bien espontáneamente, o bien en función de algún estímulo concreto asociado (como un timbre, un ruido, un olor, etc.) o de algún estímulo más general: una película violenta, el aniversario del delito, la celebración de la Navidad, etc.

            Echeburúa et. al. 2001 refieren que hay que situar el daño psicológico en relación al trauma sufrido, al margen de otras variables individuales (psicopatología previa, personalidad vulnerable, etc.) o biográficas (divorcio, estrés laboral, etc.). La valoración del daño se hace con arreglo a las categorías de discapacidad y minusvalía.

¿Cuándo acaba la juventud e inicia la edad adulta?


            La salida de la juventud para la mayoría de las disciplinas científicas, sólo se abandona este estado cuando se accede a la responsabilidad social al vivir con una pareja duradera y a la autonomía financiera al tener un trabajo estable (lo que antes ocurría entre los 20 y 25 años, ahora ocurre alrededor de los 25, 30-35 años). Para algunos autores lo que determina realmente el paso hacia la edad adulta es más bien el hecho de volverse padre a su vez.

            Fize (2007) refiere que actualmente con la prolongación del estado de juventud y la aparición de edades intermedias (entre los 25 y los 30-35 años) surgen nuevas situaciones de vida que dan lugar a status de semilibertad/semidependencia, en los que se  es todavía “joven” en algunos aspectos y “adulto” en otros aspectos, porque se tiene cierta responsabilidad profesional, incluso familiar. 

            Estos “estatus” resultan ser incómodos y a veces devaluadores porque no es cómodo seguir dependiendo de sus padres a una edad de juventud “avanzada”. Es por esto que se da el fenómeno de los jóvenes coinquilinos, que comparten los gastos y a veces también el peso de la soledad moderna. La transición hacia el mundo adulto se hace hoy de manera progresiva, caótica, lo que, en última instancia, acaba por poner en tela de juicio la noción misma de “adulto”.

miércoles, 26 de junio de 2013

Causas que generan daño psicológico en víctimas de delitos violentos


            Lo que genera habitualmente daño psicológico suele ser la amenaza a la propia vida o a la integridad psicológica, una lesión física grave, la percepción del daño como intencionado, la pérdida violenta de un ser querido y la exposición al sufrimientos de los demás, más aún si se trata de un ser querido o de un ser indefenso (Green, 1990).

            El daño generado suele ser mayor si las consecuencias del hecho delictivo son múltiples, como ocurre, por ejemplo, en el caso de una agresión sexual con robo o en el de un secuestro finalizado con el pago de un cuantioso rescate por parte de la familia de la víctima.

            En el caso de heridas físicas como consecuencia del delito violento, el daño psicológico adicional es mayor que si no hay lesiones físicas. Sin embargo, los heridos graves tienen con frecuencia un mejor pronóstico psicológico que los más leves porque se les conceptualiza fácilmente como víctimas y cuentan, por ello, con un mayor grado de apoyo social y familiar.

            Por lo que a las víctimas indirectas se refiere, el daño psicológico experimentado es comparable al de las víctimas directas, excepto que éstas hayan experimentado también lesiones físicas. En el caso de terrorismo, la gravedad psicológica de la víctima indirecta es mayor cuando la víctima directa sobrevive al atentado, pero queda gravemente incapacitada y requiere grandes cuidados, que cuando ésta fallece (Echeburúa et. al. 2001).