martes, 30 de septiembre de 2014

Modelos integradores multimodales del estrés

            Los múltiples y fructíferos avances de la investigación científica del estrés durante las últimas décadas han permitido descubrir que no se puede reducir a definiciones unívocas o a esquemas simples, sino por el contrario, es necesario entender que se trata de un conjunto complejo de variables que funcionan sincrónica y diacrónicamente, articuladas en diferentes niveles de interacción a lo largo de procesos temporales. Por lo tanto, para dar cuenta del significado del concepto estrés es necesario recurrir a modelos explicativos lo suficientemente globales que abarquen los diferentes componentes intervinientes, pero a la vez, lo suficientemente específicos para precisar y focalizar las acciones concretas. Además, los modelos deben posibilitar su actualización y dar respuesta a las cuestiones que van planteándose, sin despreciar o subestimar los aciertos de anteriores investigaciones. En consecuencia, este enfoque responde a un nuevo paradigma al cual le llaman modelos multimodales. (Oblitas, L. et al., 2010).

            No existe un modelo unánimemente aceptado por todos los investigadores que explique todos los aspectos de la forma de actuación del estrés. Los múltiples modelos existentes, por lo general parten de una concepción que reconoce la definición de estrés como transacción entre sujeto y ambiente, a la vez que otorgan la debida importancia a los procesos cognitivos implicados, las demandas psicosociales, los recursos materiales, sociales y personales, las variables disposicionales de personalidad, las estrategias de afrontamiento y las respuestas del sujeto en todos los niveles. Un modelo que nos parece satisfactorio es el de Sandín (1995), ya que incluye todos los elementos o componentes mencionados, aunque en forma esquemática.

            Dicho modelo abarca 7 etapas que comprenden otros tantos principios implicados. Ellos son: 1) demandas psicosociales: comprende lo que comúnmente se llama “estrés psicosocial” o los estresores ambientales; 2) evaluación cognitiva: incluye los niveles de evaluación primaria y secundaria, así como los posteriores procesos de reevaluación; 3) respuesta de estrés: incluye el complejo de respuestas fisiológicas (neuroendocrinas y las del sistema nervioso autónomo) y las respuestas psicológicas, tanto emocionales como a nivel cognitivo y motor; 4) estrategias de afrontamiento (coping): los esfuerzos conductuales y cognitivos que emplea el sujeto para enfrentar tanto las demandas externas como las internas; 5) apoyo social: disponibilidad de personas de confianza, lazos sociales, contacto social significativo, pertenencia a una red social, apoyo personal; 6) variables disposicionales: incluye los tipos de personalidad, los factores hereditarios, el sexo, la raza y otros por el estilo; 7) estado de salud: aunque esta variable depende de todas las anteriores, hay ciertas conductas relacionadas con la salud que pueden facilitar (por ejemplo, fumar, ingerir alcohol o realizar conductas de riesgos para la salud) o inhibir los efectos del estrés (por ejemplo, hacer ejercicio sistemático, realizar una dieta alimenticia equilibrada y moderada).

            Conviene resaltar que se trata de un esquema con fines didácticos que no es exhaustivo, y que, además, se trata de un “modelo dinámico y comprensivo, que implica interrelación entre los distintos componentes, que puede servir como marco teórico para entender la complejidad del concepto del estrés, y que posee valor heurístico para estimular nuevos trabajos e investigaciones sobre la psicopatología del estrés” (Sandín, 1995).


Hospital Médica Sur: Puente de Piedra No. 150. Torre I Consultorio 430 4to. Piso Col. Toriello Guerra, Tlalpan. C.P. 14050. México, D.F. Tel. 5524-3051. terapiainfantilyjuvenil.blogspot.mx


lunes, 29 de septiembre de 2014

Distrés vs. eustrés

            Selye reconoció los aspectos positivos del estrés, debido a lo cual bosquejó una suerte de filosofía de la vida que otorga la posibilidad de extraer de este concepto los mejores beneficios. Según Gutiérrez García (1998), el “padre de los estudios del estrés”, habría incluso diferenciado resultados “agradables o desagradables”. Al que provoca los primeros le denominó como “eustrés” o “buen estrés”, y al segundo, “distrés”, o “mal estrés”. Afirma al respecto que “el hecho de que el eustrés cause mucho menos daño que el distrés demuestra gráficamente que es el `cómo te lo comes´ lo que determina, en último término, si uno puede adaptarse al cambio de forma exitosa”. Sin embargo, estas indicaciones no modificaron su concepción general del estrés como “respuestas inespecíficas a los diversos estímulos positivos o negativos que actúan sobre él”.

            En general, la investigación científica ha adoptado la idea del estrés con una significación de consecuencias negativas para el individuo que lo sufre. Reconocer la pertinencia de una utilización técnica dual (“eustrés” versus “distrés”), forzosamente implica elaborar un nuevo modelo interpretativo en la medida de que ambos constructos se perciban con cualidades propias. Se trata de “establecer un nuevo enfoque positivo de las situaciones de desajuste, de tal forma que se potencien aspectos muy reducidos o desdeñados con las anteriores estructuras y se reduzcan alternativas de intervención/prevención que parecen, actualmente, en situación de “punto muerto” (Gutiérrez, 1998).

            Este modelo cuestiona la identificación del estrés con el distrés, es decir, quedarse con una visión psicopatológica que desconoce la perspectiva de la salud, la cual completa los casos y situaciones de eustrés, cuando el individuo realiza una gestión exitosa de las demandas de su entorno. Es la dimensión del estrés satisfactorio, que ofrece a sus actores experiencias positivas, sensaciones y sentimientos placenteros (sensación de bienestar, de adaptación), que fortalecen la propia autoestima y refuerzan las estrategias de afrontamiento (Bunting et al., 1986). Pueden resumirse en lo que Antonovsky (1979, 1987) denomina “fuerzas salutogénicas” y “vivencias de coherencia”, la personalidad “Hardiness” o resistente de Kobasa (1982, 1983), la autoeficacia de Bandura (1977, 1986), el locus de control interno, la personalidad tipo B, el optimismo (Scheier et al., 1985, 1986), la esperanza (Pereyra, 1997) y el concepto de resiliencia (Walsh, 1998). Todo esto conforma no sólo barreras que ayudan a mejorar la adaptación y reducir las consecuencias del distrés sino que desarrolla criterios valiosos para entender mejor la salud.

            Desde un enfoque fisiológico puede pensarse en el eustrés (Nogareda, 1994) como el aumento de catecolaminas (hormonas del sistema vegetativo) sin la aparición de cortisol (hormona del eje hipófiso-suprarrenal). Es decir, el cortisol vendría a actuar como un biomarcador de las situaciones de distrés. Expresado de forma alternativa, el eustrés sería la situación neuroendocrina que genera el mantenimiento de actividades en las que, sean cuales fueran las demandas, el grado de control del sujeto es alto (o bajas las restricciones). Por otra parte, si se definen en relación con el abordaje terapéutico, los procedimientos podrían diferenciarse. Así por ejemplo, el tratamiento del distrés trata de reducir la tensión muscular, aliviar los prejuicios y liberar la mente de los nocivos procesos cognitivos de la demanda de estrés, mientras que los procesos de eustrés no estarían al servicio de neutralizar o minimizar los prejuicios del distrés, sino que tratarían de promover los procesos de salud y bienestar.

            Gutiérrez (1998) resume esta expectativa cuando afirma que “es posible diseñar una formulación del proceso general de estrés que modele tanto los sucesos negativos como los positivos (distrés y eustrés, respectivamente): variables ambientales y recursos (distresores y eustresores), características de la persona (nociva y saludables), experiencias subjetivas (apreciaciones cognitivas), respuestas del individuo en caso de eustrés (satisfacción, mejora y acumulación de estrategias) y distrés (estrategias de afrontamiento, resultados y consecuencias), y posibilidades de transformación (generación de eustrés a partir del distrés). Todo ello, en las posibilidades de cambio y transformación, de cronificación de síntomas, etc.)”. En definitiva, pretendemos establecer un modelo que proporcione soluciones a los aspectos negativos de las situaciones de estrés y destaque la relevancia de los aspectos activos y positivos: un modelo que promueva el eustrés. (Oblitas, L. et al., 2010).



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viernes, 26 de septiembre de 2014

El modelo sobre el estrés (Lazarus y Folkman)

Lazarus y Folkman (1986) definen el estrés cono “una relación particular entre el individuo y el entorno que es evaluado por éste como amenazante o desbordante de sus recursos y que pone en peligro su bienestar”. La clave de la psicología del estrés son los “actos de evaluación cognitiva” que determinan el valor de la amenaza. Lazarus distingue tres tipos de evaluación: la primaria, la secundaria y la reevaluación. La evaluación primaria, que se centra en la situación, se produce en cada encuentro o transacción con algún tipo de demanda externa o interna. Aquí intervienen como modalidades de evaluación, a saber: 1) amenaza: la anticipación de un daño posible; 2) daño/pérdida: son los resultados de esa amenaza; 3) desafío: es la valoración de la situación que hace el sujeto que conlleva resultados inciertos y 4) beneficio: es una valoración positiva que no induciría a estrés. Las tres primeras formas permiten sendos tipos de estrés (de amenaza, pérdida o desafío).

            La evaluación secundaria ocurre posteriormente a la primera y se centra en la valoración de la propia eficacia que tendrían las medidas que adopte para hacer frente a la situación. Se trata de los recursos de “afrontamiento” o habilidades de coping, que incluyen los recursos físicos (salud y energía). Finalmente la reevaluación son los procesos de feedback que ocurren durante el proceso de interacción entre el individuo y las demandas, que permite reconocer las correcciones necesarias, al asimilar nuevas informaciones o cambios de la situación que determinará los respectivos cambios de conducta.

            Una vez que se ha realizado la acción evaluativa, las manifestaciones de estrés van a ocurrir en la medida de la eficacia que tengan las actuaciones que ponga en marcha el sujeto para hacer frente a la amenaza. A esas acciones se les denomina “estrategias de afrontamiento”, o coping. Por afrontamiento se entiende, específicamente “aquellos esfuerzos cognitivos y conductuales constantemente cambiantes que se desarrollan para manejar las demandas específicas externas y/o internas que son evaluadas como excedentes o desbordantes de los recursos del individuo” (Lazarus et al., 1986). Se trata, pues, de conductas dirigidas a dominar, tolerar, reducir o minimizar las demandas excesivas que amenazan al sujeto, Este concepto se diferencia de otros planteamientos, pues considera que el afrontamiento es un proceso diferentes de las conductas adaptativas automatizadas, que pone el acento en los “esfuerzos” más que en los resultados y que busca “manejar” las situaciones estresantes. (Oblitas, L. et al., 2010).



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jueves, 25 de septiembre de 2014

Teoría de la evalución cognitiva: Definición interactiva sobre el estrés

            Tanto el enfoque de la teoría de los sucesos vitales como el de la teoría fisiológica del estímulo como respuesta otorgan relevancia ya sea a las variables externas como a las internas del estrés, lo cual constriñe al sujeto a un rol pasivo, a la vez que minimiza los factores psicológicos. En contraste con estos enfoques, esta perspectiva atribuye a la persona la acción decisiva en el proceso, pues especifica que el estrés se origina en la evaluación cognitiva que hace el sujeto al intermediar las relaciones particulares entre los componentes internos y los provenientes del entorno. El principal expositor de esta perspectiva derivada de la psicología cognitiva fue Richard S. Lazarus quien, en 1966 presentó su trabajo (1966), para, posteriormente, en 1984, junto con Susan Folkman, escribir el texto primordial, Stress, Apprasial and Coping, traducido al español como Estrés y procesos cognitivos.


            El modelo de Lazarus considera que el estrés es el resultado de una evaluación daño/pérdida, de amenaza o de desafío. En el primer caso, el sujeto evalúa hechos consumados, en el segundo los anticipa, y en el tercero, se mueve entre la posibilidad de perder o ganar. Muchos factores personales influyen en esa evaluación –motivaciones, compromisos, creencias, expectativas, etc.--, pero quizás el trabajo más importante de Lazarus haya sido el de definir con particular precisión los factores situacionales que hacen probable una evaluación estresante. Así, por ejemplo, habla de la novedad, la inminencia, la predictibilidad, la duración, la incertidumbre, la ambigüedad y la cronología biográfica (Valdés, 1986).


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