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miércoles, 22 de octubre de 2014

Teoría de la atribución: Ajuste al estrés

            La teoría del desamparo corresponde a la teoría de la atribución, que sostiene que cada individuo tiene un estilo propio de explicar los eventos malos cuando la realidad es ambigua. Ese estilo personal de percibir e interpretar las desdichas o desventuras está determinado por tres tipos de causas: a) estables o inestables; b) globales o específicas; c) internas o externas. Por ejemplo, si fui reprobado en el examen, puedo dar una variedad de razones. Si mis explicaciones son siempre iguales, son estables, por ejemplo, llego a la conclusión de que “yo siempre estoy reprobado en todos los exámenes”. Si se da esa condición de estabilidad (de mis explicaciones para los malos eventos), puedo esperar que se repitan situaciones análogas y mostrar signos de desamparo cuando tenga que presentar un examen, de acuerdo con el ejemplo. Por otra parte, si mi explicación es global más que específica, es decir, si generalizo mi indefensión de un contexto dado a todos los aspectos de mi vida (por ejemplo, “soy un incapaz” o “nunca hago nada bien”), mis expectativas serían que sucedan otras cosas malas en otras áreas (no sólo ser reprobado en los exámenes, sino también perder amigos, dinero, etc.) y sentirme un fracasado o desamparado. Por último, si mi explicación busca razones internas más que externas (“es mi culpa, no del profesor”), probablemente mostraré signos de baja autoestima y tendré mayor tendencia a caer en la depresión.

            En síntesis, quien tiende a explicar los acontecimientos negativos de la vida en forma estable, global e interna, esto es, siempre igual y afectando todo lo que hace y atribuyéndose la culpa de todo, corre alto riesgo de deprimirse ante el infortunio e incrementar sus posibilidades de enfermar y morir. Este estilo explicativo dibujaría el perfil del desesperanzado o pesimista.

            El artículo de Abramson, Seligman y Teasdale (1978) produjo una abundante bibliografía de investigaciones que han intentado probar la teoría de la indefensión y sus correlaciones con la depresión (Crocker, Alloy y Tabachnik, 1988) y otras enfermedades. Contribuyó a descubrir algunas características de los desesperanzados (por ejemplo, desvalorizarse y auto culparse por todo), pero siguió siendo cuestionada por muchos expertos. Por tal motivo, el mismo Abramson con otros colaboradores, 11 años después (Abramson, Metalsky y Alloy, 1989) elaboraron una revisión de la teoría del desamparo, que llamaron “teoría de la depresión desesperanzada”, en la cual postularon la existencia de un subtipo de depresión, la “desesperanzada”, producida por distintos tipos de causas (necesarias, suficientes y contribuyentes), donde incluyeron los altos niveles de estrés, la vulnerabilidad o la tendencia depresógena, el estilo atribucional y otros factores participantes, entre ellos la falta de apoyo social. Los síntomas de la depresión desesperanzada identificados fueron: disminución de la voluntad, tristeza, falta de energía, apatía, trastornos del sueño, dificultades de concentración, ideas negativas e intenciones suicidas. La nueva teoría fue reconocida como promisoria aunque todavía necesitada de más apoyo experimental y evidencias científicas. (Oblitas, L. et al., 2010).



Hospital Médica Sur: Puente de Piedra No. 150. Torre I Consultorio 430 4to. Piso Col. Toriello Guerra, Tlalpan. C.P. 14050. México, D.F. Tel. 5524-3051. terapiainfantilyjuvenil.blogspot.mx


martes, 30 de septiembre de 2014

Modelos integradores multimodales del estrés

            Los múltiples y fructíferos avances de la investigación científica del estrés durante las últimas décadas han permitido descubrir que no se puede reducir a definiciones unívocas o a esquemas simples, sino por el contrario, es necesario entender que se trata de un conjunto complejo de variables que funcionan sincrónica y diacrónicamente, articuladas en diferentes niveles de interacción a lo largo de procesos temporales. Por lo tanto, para dar cuenta del significado del concepto estrés es necesario recurrir a modelos explicativos lo suficientemente globales que abarquen los diferentes componentes intervinientes, pero a la vez, lo suficientemente específicos para precisar y focalizar las acciones concretas. Además, los modelos deben posibilitar su actualización y dar respuesta a las cuestiones que van planteándose, sin despreciar o subestimar los aciertos de anteriores investigaciones. En consecuencia, este enfoque responde a un nuevo paradigma al cual le llaman modelos multimodales. (Oblitas, L. et al., 2010).

            No existe un modelo unánimemente aceptado por todos los investigadores que explique todos los aspectos de la forma de actuación del estrés. Los múltiples modelos existentes, por lo general parten de una concepción que reconoce la definición de estrés como transacción entre sujeto y ambiente, a la vez que otorgan la debida importancia a los procesos cognitivos implicados, las demandas psicosociales, los recursos materiales, sociales y personales, las variables disposicionales de personalidad, las estrategias de afrontamiento y las respuestas del sujeto en todos los niveles. Un modelo que nos parece satisfactorio es el de Sandín (1995), ya que incluye todos los elementos o componentes mencionados, aunque en forma esquemática.

            Dicho modelo abarca 7 etapas que comprenden otros tantos principios implicados. Ellos son: 1) demandas psicosociales: comprende lo que comúnmente se llama “estrés psicosocial” o los estresores ambientales; 2) evaluación cognitiva: incluye los niveles de evaluación primaria y secundaria, así como los posteriores procesos de reevaluación; 3) respuesta de estrés: incluye el complejo de respuestas fisiológicas (neuroendocrinas y las del sistema nervioso autónomo) y las respuestas psicológicas, tanto emocionales como a nivel cognitivo y motor; 4) estrategias de afrontamiento (coping): los esfuerzos conductuales y cognitivos que emplea el sujeto para enfrentar tanto las demandas externas como las internas; 5) apoyo social: disponibilidad de personas de confianza, lazos sociales, contacto social significativo, pertenencia a una red social, apoyo personal; 6) variables disposicionales: incluye los tipos de personalidad, los factores hereditarios, el sexo, la raza y otros por el estilo; 7) estado de salud: aunque esta variable depende de todas las anteriores, hay ciertas conductas relacionadas con la salud que pueden facilitar (por ejemplo, fumar, ingerir alcohol o realizar conductas de riesgos para la salud) o inhibir los efectos del estrés (por ejemplo, hacer ejercicio sistemático, realizar una dieta alimenticia equilibrada y moderada).

            Conviene resaltar que se trata de un esquema con fines didácticos que no es exhaustivo, y que, además, se trata de un “modelo dinámico y comprensivo, que implica interrelación entre los distintos componentes, que puede servir como marco teórico para entender la complejidad del concepto del estrés, y que posee valor heurístico para estimular nuevos trabajos e investigaciones sobre la psicopatología del estrés” (Sandín, 1995).


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