Los múltiples y
fructíferos avances de la investigación científica del estrés durante las
últimas décadas han permitido descubrir que no se puede reducir a definiciones
unívocas o a esquemas simples, sino por el contrario, es necesario entender que
se trata de un conjunto complejo de variables que funcionan sincrónica y
diacrónicamente, articuladas en diferentes niveles de interacción a lo largo de
procesos temporales. Por lo tanto, para dar cuenta del significado del concepto
estrés es necesario recurrir a modelos explicativos lo suficientemente globales
que abarquen los diferentes componentes intervinientes, pero a la vez, lo
suficientemente específicos para precisar y focalizar las acciones concretas.
Además, los modelos deben posibilitar su actualización y dar respuesta a las
cuestiones que van planteándose, sin despreciar o subestimar los aciertos de
anteriores investigaciones. En consecuencia, este enfoque responde a un nuevo
paradigma al cual le llaman modelos multimodales. (Oblitas, L. et al., 2010).
No existe un
modelo unánimemente aceptado por todos los investigadores que explique todos
los aspectos de la forma de actuación del estrés. Los múltiples modelos
existentes, por lo general parten de una concepción que reconoce la definición
de estrés como transacción entre sujeto y ambiente, a la vez que otorgan la
debida importancia a los procesos cognitivos implicados, las demandas
psicosociales, los recursos materiales, sociales y personales, las variables
disposicionales de personalidad, las estrategias de afrontamiento y las
respuestas del sujeto en todos los niveles. Un modelo que nos parece satisfactorio
es el de Sandín (1995), ya que incluye todos los elementos o componentes
mencionados, aunque en forma esquemática.
Dicho modelo
abarca 7 etapas que comprenden otros tantos principios implicados. Ellos son:
1) demandas psicosociales: comprende lo que comúnmente se llama “estrés
psicosocial” o los estresores ambientales; 2) evaluación cognitiva: incluye los
niveles de evaluación primaria y secundaria, así como los posteriores procesos
de reevaluación; 3) respuesta de estrés: incluye el complejo de respuestas
fisiológicas (neuroendocrinas y las del sistema nervioso autónomo) y las
respuestas psicológicas, tanto emocionales como a nivel cognitivo y motor; 4) estrategias
de afrontamiento (coping): los
esfuerzos conductuales y cognitivos que emplea el sujeto para enfrentar tanto
las demandas externas como las internas; 5) apoyo social: disponibilidad de
personas de confianza, lazos sociales, contacto social significativo,
pertenencia a una red social, apoyo personal; 6) variables disposicionales:
incluye los tipos de personalidad, los factores hereditarios, el sexo, la raza
y otros por el estilo; 7) estado de salud: aunque esta variable depende de
todas las anteriores, hay ciertas conductas relacionadas con la salud que
pueden facilitar (por ejemplo, fumar, ingerir alcohol o realizar conductas de
riesgos para la salud) o inhibir los efectos del estrés (por ejemplo, hacer
ejercicio sistemático, realizar una dieta alimenticia equilibrada y moderada).
Conviene resaltar
que se trata de un esquema con fines didácticos que no es exhaustivo, y que,
además, se trata de un “modelo dinámico y comprensivo, que implica
interrelación entre los distintos componentes, que puede servir como marco
teórico para entender la complejidad del concepto del estrés, y que posee valor
heurístico para estimular nuevos trabajos e investigaciones sobre la
psicopatología del estrés” (Sandín, 1995).
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