La teoría del
desamparo corresponde a la teoría de la atribución, que sostiene que cada
individuo tiene un estilo propio de explicar los eventos malos cuando la
realidad es ambigua. Ese estilo personal de percibir e interpretar las
desdichas o desventuras está determinado por tres tipos de causas: a) estables o inestables; b) globales o específicas; c) internas o externas. Por ejemplo, si
fui reprobado en el examen, puedo dar una variedad de razones. Si mis
explicaciones son siempre iguales, son estables, por ejemplo, llego a la
conclusión de que “yo siempre estoy reprobado en todos los exámenes”. Si se da
esa condición de estabilidad (de mis explicaciones para los malos eventos),
puedo esperar que se repitan situaciones análogas y mostrar signos de desamparo
cuando tenga que presentar un examen, de acuerdo con el ejemplo. Por otra
parte, si mi explicación es global más que específica, es decir, si generalizo
mi indefensión de un contexto dado a todos los aspectos de mi vida (por
ejemplo, “soy un incapaz” o “nunca hago nada bien”), mis expectativas serían
que sucedan otras cosas malas en otras áreas (no sólo ser reprobado en los
exámenes, sino también perder amigos, dinero, etc.) y sentirme un fracasado o
desamparado. Por último, si mi explicación busca razones internas más que
externas (“es mi culpa, no del profesor”), probablemente mostraré signos de
baja autoestima y tendré mayor tendencia a caer en la depresión.
En síntesis,
quien tiende a explicar los acontecimientos negativos de la vida en forma
estable, global e interna, esto es, siempre igual y afectando todo lo que hace
y atribuyéndose la culpa de todo, corre alto riesgo de deprimirse ante el
infortunio e incrementar sus posibilidades de enfermar y morir. Este estilo
explicativo dibujaría el perfil del desesperanzado o pesimista.
El artículo de
Abramson, Seligman y Teasdale (1978) produjo una abundante bibliografía de
investigaciones que han intentado probar la teoría de la indefensión y sus
correlaciones con la depresión (Crocker, Alloy y Tabachnik, 1988) y otras
enfermedades. Contribuyó a descubrir algunas características de los
desesperanzados (por ejemplo, desvalorizarse y auto culparse por todo), pero
siguió siendo cuestionada por muchos expertos. Por tal motivo, el mismo
Abramson con otros colaboradores, 11 años después (Abramson, Metalsky y Alloy,
1989) elaboraron una revisión de la teoría del desamparo, que llamaron “teoría
de la depresión desesperanzada”, en la cual postularon la existencia de un
subtipo de depresión, la “desesperanzada”, producida por distintos tipos de
causas (necesarias, suficientes y contribuyentes), donde incluyeron los altos
niveles de estrés, la vulnerabilidad o la tendencia depresógena, el estilo
atribucional y otros factores participantes, entre ellos la falta de apoyo
social. Los síntomas de la depresión desesperanzada identificados fueron:
disminución de la voluntad, tristeza, falta de energía, apatía, trastornos del
sueño, dificultades de concentración, ideas negativas e intenciones suicidas.
La nueva teoría fue reconocida como promisoria aunque todavía necesitada de más
apoyo experimental y evidencias científicas. (Oblitas, L. et al., 2010).
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