
El mal oyente reclama la atención de
quien habla, piensa en lo que dirán entretanto, interrumpe para tener el
control de la conversación, se aferra a sus opiniones, etc. Por el contrario el
buen oyente no es quien procesa las palabras y su significado con atención,
sino quien logra que el que habla se sienta apreciado y animado a expresar sus
ideas y sus sentimientos. La verdadera comunicación sólo es posible si se
produce desde el entendimiento, el respeto y la confianza en el otro. Escuchar
con el corazón, el cuerpo y la mente es el mejor regalo que podemos hacer a
otra persona.
José María Rico 121-501. 5to.
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