En las últimas
décadas hemos tenido un cambio vertiginoso en el cambio de la salud. Dicho
cambio no ha tenido lugar de un modo abrupto, sino que ha sido propiciado por
una cauda de factores que se presentaron a lo largo del siglo XX.
En primer lugar, la salud ya no se conceptualiza como la ausencia
de enfermedad, sino que se la entiende como un estado positivo de bienestar
(Stone, 1979). Desde los orígenes de la humanidad, la salud y la enfermedad han
sido fuente de preocupación para el ser humano. Hasta bien entrado el siglo XX,
la salud se le definía como la ausencia de enfermedad. De hecho, desde el
modelo médico se la entendía como algo que hay que conservar o curar frente a
agresiones puntuales (por ej., accidentes, infecciones) (Labrador, Muñoz y
Cruzado, 1990). Incluso, en la actualidad, cuando la gente común se refiere a
ése término, por lo general piensa en los aspectos físicos, y raramente en los
psicológicos y conductuales asociados con ella (Becoña, Vázquez y Oblitas,
1995).
En las últimas
décadas hemos presenciado un giro en la conceptualización de la salud, pues se
le considera como algo que hay que desarrollar, no que conservar. En
consonancia con este enfoque, en 1946, las Naciones Unidas fundaron la
Organización Mundial de la Salud e incluyeron en el preámbulo de su
constitución la siguiente definición: “La salud es un estado completo de
bienestar físico, mental y social y no meramente la ausencia de dolencias o
enfermedad” (WHO, 1947). Esta noción positiva, incluso utópica, nos lleva a
abordarla como un concepto multidimensional, que considera aspectos biológicos,
psicológicos y sociales.
Un segundo factor
que ha contribuido al cuestionamiento del quehacer en el campo de la salud ha
sido el elevado coste de los cuidados que ella requiere. Los costes médicos
suponen cada año una mayor porción del producto interior bruto. Así, por
ejemplo, en Estados Unidos, de 1975 a 1987 el coste anual total del cuidado de
la salud se incrementó 591 dólares por persona, o lo que es lo mismo, 23.6%
más. Además, se produjo un incremento anual respecto del periodo comprendido
entre 1960 y 1975. En 1987 los estadounidenses gastaron más de 500 mil millones
de dólares en este rubro, cantidad que representa 11.1% del PIB, más del doble
de lo que invirtieron en 1960 (5.3%) (USBC, 1990). En España, en 1990, los
gastos se dispararon a la nada despreciable cantidad de 2,300 millones de
pesetas.
El tercer factor
se relaciona con el hecho de que desde el siglo XIX el modelo principal de la
salud y enfermedad ha sido el biomédico. Éste explica la enfermedad en términos
de parámetros físicos, y la biología molecular es su disciplina científica básica.
Además sostiene que las cuestiones psicosociales no son responsabilidad de los
médicos. La idea de que la enfermedad era causada por un patógeno específico
estimuló el desarrollo de las drogas sintéticas y la tecnología médica, e hizo
pensar, de manera muy optimista, que muchas enfermedades podrían ser curadas.
Sin embargo, el punto de vista de que una enfermedad se encuentra en un agente
específico ha dado al campo una perspectiva que se concentra en ella, y no en
la salud. Además, este modelo define a ésta exclusivamente en términos de
ausencia de enfermedad (Engel, 1977). Aunque este enfoque es el que ha
predominado, algunos médicos han comenzado a defender una aproximación
holística a la medicina, esto es, una perspectiva que considera múltiples
aspectos sociales, psicológicos y fisiológicos (por ej., Brody, 1973; Engel,
1977; Janosky y Schwartz, 1985). Durante el ultimo cuarto del siglo XX, más
médicos, muchos psicólogos y algunos sociólogos han comenzado a cuestionar la
utilidad de dicho paradigma. No dudan de que este ha significado un importante
progreso, sino que impugnan la limitación a que impone el concepto de salud.
Hace dos décadas, comenzó a emerger un modelo alternativo, que no sólo
incorpora factores sociales sino que también incluye aspectos psicológicos y
sociales. En este enfoque, que ha recibido el nombre de biopsicosocial, la
salud es considerada nuevamente como una condición positiva (Engel, 1977).
Actualmente, en
el campo del cuidado de la salud se debate cuál es el modelo que deberían de
usar los investigadores y clínicos. Algunos han demostrado su insatisfacción
con el paradigma médico tradicional y han cuestionado su idoneidad. Sin
embargo, ello no es motivo suficiente para provocar un cambio. Es necesario que
se elabore un modelo alternativo, que debe reunir la fuerza del antiguo y la
capacidad de resolver los problemas en los que éste ha fracasado. Los
defensores del enfoque biopsicosocial creen que éste satisface ambos
requisitos. Cada vez tiene más defensores y menos detractores, pero el modelo
médico continúa siendo el dominante (Brannon y Fiest, 1992).
Ahora bien, al
margen de lo que puedan creer los profesionales de la salud, un aspecto a tener
en cuenta es que mucha gente no está familiarizada con el modelo
biopsicosocial, pero cree que los factores psicológicos y sociales, así como
los biológicos, influyen en la salud y en la enfermedad. La investigación en el
área de la conceptualización ha demostrado que las personas recurren a
explicaciones psicológicas, sociales y biológicas cuando elaboran sus puntos de
vista acerca de la enfermedad (por ej., Lau y Hartman, 1983).
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