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miércoles, 8 de octubre de 2014

¿Qué es la resiliencia en psicología?

            La resiliencia “es la capacidad humana para enfrentar, sobreponerse y ser fortalecido o transformado por experiencias adversas” (Grotberg, 2001). El término proviene de la física, se aplica a la elasticidad de un material, que puede resistir un choque o el impacto de un objeto contundente. La traducción de la expresión inglesa corresponde a “entereza”, que significa fortaleza o resistencia para salir airosos ante los eventos que nos golpean. En psicología se utiliza el concepto para identificar los procesos y hechos que permiten a los individuos y familias soportar los desafíos y estados persistentes de estrés con éxito. “Se trata de la capacidad potencial de un ser humano de salir herido pero fortalecido de una experiencia aniquiladora” (Walsh, 1998). “Este enfoque se funda en la convicción de que el crecimiento del individuo y la familia puede alcanzarse a través de la colaboración en la adversidad” (Walsh, 1998).

            El concepto de resiliencia fue descubierto por Werner (1993), durante un estudio epidemiológico realizado en la isla de Kauai (Hawai), donde siguió por años el desarrollo de unas 500 personas sometidas a condiciones de extrema pobreza. A pesar de las situaciones de alto riesgo a las que estaban expuestos muchos niños, observó que algunos lograban sobreponerse al infortunio y construirse como personas sanas y con buena calidad de vida. Al comienzo consideró a esos niños como “invulnerables”, portadores de condiciones genéticas especiales. Posteriormente descubrió que en todos los casos habían gozado en su desarrollo el apoyo irrestricto de un adulto significativo (padres, tío, abuelo u otro pariente o amigo) que los defendió y fue una fuente de fortaleza en las dificultades. Desde entonces surgió una primera generación de investigadores orientados a descubrir los factores protectores que están en la base de la adaptación positiva de los niños en condiciones de adversidad. Actualmente se ha conformado una segunda generación de investigadores que han expandido el tema de la resiliencia a diferentes campos, buscando modelos que posibiliten la implementación de programas sociales eficaces (Infante, 2001).

            Chok Hiew y colaboradores (2000) descubrieron que las personas resilientes enfrentaban a los estresores y a las adversidades de forma tal que reducían la intensidad del estrés y lograban el decrecimiento de los signos emocionales negativos, tales como la ansiedad, la depresión y la ira, a la vez que aumentaban la salud emocional. Las conclusiones que extrajeron es que la resiliencia promueve la salud mental y emocional, además de ser un buen modulador del distrés. (Oblitas, L. et al., 2010).


Hospital Médica Sur: Puente de Piedra No. 150. Torre I Consultorio 430 4to. Piso Col. Toriello Guerra, Tlalpan. C.P. 14050. México, D.F. Tel. 5524-3051. terapiainfantilyjuvenil.blogspot.mx


viernes, 3 de octubre de 2014

La personalidad y el estrés

            Se ha descubierto que en aquellas personas que sufren patologías isquémicas las características principales de personalidad serían de alto nivel de perfeccionismo, la inflexibilidad, la susceptibilidad en sus relaciones sociales y una baja autoestima. Se ha caracterizado a la personalidad de este grupo como patrón de conducta Tipo A, que ha sido analizado junto con uno de sus componentes principales, la hostilidad. A pesar de que muchos estudios se han centrado en estudiar el rol de la hostilidad como factor de riesgo para contraer la enfermedad coronaria, los mecanismos mediante los cuales ésta manifiesta sus efectos en el sistema cardiovascular no han sido aún dilucidados. Las discusiones y dudas generadas en torno del patrón tipo A ha promovido múltiples planteamientos. Uno de los trabajos más sugestivos es del de Bruce McEwen (1998), de la universidad de Rockefeller (Nueva York).

            McEwen realizó una evaluación de 113 estudios científicos sobre el estudio del estrés, sus tipos y sus efectos a corto y largo plazos. Con base en sus investigaciones desarrolló el concepto de “carga alostática” para dar cuenta del desgaste que se padece durante la adaptación a las situaciones estresantes. Ante cualquier situación de estrés, externo o interno, responden el sistema nervioso central, el eje hipotalámico-hipofisario (HPA), el sistema cardiovascular, el metabólico y el inmunológico. La reacción no es igual en todos. Por ejemplo, a la mayoría de las personas se les activa el HPA cuando tienen que hablar en público. Después de enfrentar repetidamente este suceso, muchas personas se habitúan y la secreción de cortisol (un glucocorticoide segregado por las glándulas suprarrenales como respuesta al estrés) no se incrementa como durante los primeros discursos. Sin embargo, se calcula que 10% de los individuos siempre estarán tensos cuando tengan que dar una conferencia y sus niveles de cortisol aumentarán en todas las ocasiones. ¿A qué se debe este fenómeno psicofisiológico?

            En primer lugar es necesario distinguir dos aspectos básicos de cómo cada uno enfrenta una situación estresante: 1) la forma personal de percibir o evaluar el estímulo; y 2) las condiciones del organismo o estado general de salud, que depende de factores genéticos, ambientales y del estilo de vida. Así por ejemplo, se ha demostrado que las personas cuya tensión arterial se eleva durante horas después del episodio estresante, suelen tener un familiar directo, padre o madre, hipertenso. Son, pues, los genes los que elevan la susceptibilidad a sufrir el estrés cardiovascular. De modo que la carga alostática depende de las variables personales y del tipo de estresores que se enfrentan.


            Así como el tipo A se caracteriza por manejar situaciones de sobrecarga de un modo que a largo plazo puede llevar a desarrollar enfermedades coronarias, también se ha encontrado otro patrón de personalidad que estaría asociado con el riesgo de contraer cáncer, denominado en forma genérica Tipo C (por cáncer). Fue descrita por Temoshok (1987) como colaboradores, conciliadores, complacientes, amables, poco exigentes y pacientes. Son más bien dóciles y rara vez llegan a confrontaciones, lo cual contrasta con el patrón de comportamiento tipo A. (Oblitas, L. et al., 2010).


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jueves, 2 de octubre de 2014

El apoyo social como moderador del estrés

            Los roles que juega el apoyo social como amortiguador del impacto del estrés y como variable asociada con la salud son cuestiones ampliamente estudiadas desde varios años atrás (Broadhead et al., 1983), particularmente en relación con algunas enfermedades, tales como los trastornos cardiovasculares (por ejemplo, Orth-Gomer, 2000; Steptoe, 2000; Wlodarczyk, 1999) y el cáncer (por ejemplo, Northouse, 1988). Aunque algunos investigadores aseguran que el apoyo social es un factor moderador del impacto del estrés sobre la reactividad cardiovascular, otros no han encontrado evidencias suficientes (Anthony y O´Brian, 1999; Tennant, 1999). En la búsqueda de una respuesta al tema, agrega Kors (2000), el apoyo social es un factor moderador del efecto del estrés en la medida en que la persona tenga una alta predisposición a buscar apoyo en situaciones estresantes. En un estudio centrado en el estrés laboral, Hagihara y colaboradores (1998), descubrieron que no es la variable como un todo sino ciertas dimensiones del soporte social las que interactúan en determinados trabajadores para amortiguar el estrés. Cuando analizaron los contenidos del apoyo social, Payne y Jones (1987; cfr., Sandín, 1995) detectaron cinco elementos básicos, a saber: 1) dirección, según el apoyo social sea proporcionado, recibido, o ambas cosas a la vez; 2) disposición de recursos y su utilización; 3) descripción/evaluación de la naturaleza del apoyo social; 4) contenido, según sea emocional, instrumental, informativo o valorativo y 5) redes sociales de que dispone el sujeto, familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo y otros por el estilo.

            En las investigaciones del burnout se ha informado que las variables edad y apoyo social se correlacionan inversamente con la vulnerabilidad al síndrome, de modo tal que a mayor edad y más apoyo social del contexto, se reduce la vulnerabilidad al síndrome o no se lo padece o aparece en niveles moderados. Además, el afrontamiento al estrés resulta más exitoso, sobre todo en la variable apoyo social (Pérez, 2001). Leserman et al. (1999), demostraron que más estrés y menos soporte social puede acelerar el curso de infección en pacientes con VIH. Otros estudios han demostrado diferencias de género con respecto a los modos de afrontar el estrés, observándose que las mujeres buscan en mayor medida que los hombres el apoyo social, manifiestan más sus emociones en relación con el evento estresante y ocupan mayor parte de su tiempo en la realización de actividades distractoras para evitar pensar en las situaciones problemáticas (Crespo y Cruzado, 1997).

            Lo que no se ha podido elucidar con exactitud es el mecanismo a través del cual opera el apoyo social en su impacto sobre la salud (Leserman et al., 1999). Una de las hipótesis más probables es que se inicie sobre las alteraciones del estado de ánimo, especialmente a través de la ansiedad y la depresión, considerándose éstas variables intervinientes. En ese sentido, Chesney (1998) afirma que el aislamiento social incrementa el riesgo de enfermedad cardiovascular a través del estado de ánimo depresivo y las conductas en torno de la salud, a la vez que sugiere elaborar modelos de intervención focalizados en el incremento de apoyo social con el objeto de reducir las conductas de riesgo.

            Una línea de investigación reciente en esta área es el resurgimiento de la teoría del apego de Bowlby (1985), aplicada a la medicina psicosomática como modelo biopsicosocial del desarrollo y de la salud. En cuanto al estudio longitudinal realizado sobre 60 viudas y 60 viudos, cuyo objetivo era determinar cómo elaboraban el duelo y se ajustaban a la soledad, Stoebe y Shut (1996) descubrieron que no era el soporte de amigos sino las figuras de apego las que amortiguaban el estrés y compensaban los déficit. Según Maunder y Hunter (2001), que llevaron una amplia revisión de la bibliografía, existen evidencias suficientes para fundamentar la hipótesis de que la inseguridad del apego contribuye a las enfermedades físicas. Además, tiende a generar los riesgos de enfermar a través de tres mecanismos: 1) el incremento de la susceptibilidad al estrés; 2) el incremento del uso de reguladores externos de las emociones y 3) la alteración de las conductas de búsqueda de ayuda. Concluyen que: “el estilo de apego puede ser un predictor de vulnerabilidad al estrés y de riesgo de enfermar en numerosas enfermedades”. (Oblitas, L. et al., 2010).


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miércoles, 1 de octubre de 2014

¿Cuáles son los factores moderadores de la experiencia del estrés?

            González (1989, 1991) propone una clasificación de los factores del estrés según el grado de participación que éstos tienen en la experiencia del estrés. De acuerdo con ella, se definen tres tipos de factores, a saber:

Factores internos de estrés. Incluyen las variables del propio sujeto directamente relacionadas con la respuesta de estrés. Un ejemplo de este tipo de factor lo constituye el denominado índice de reactividad al estrés, que se define como “el conjunto de pautas habituales de respuesta cognitiva, emocional, vegetativa y conductual ante situaciones percibidas como potencialmente nocivas, peligrosas y desagradables” (González, 1990; Rodríguez, 2001).

Factores externos del estrés. Éstos hacen referencia a los estresores medioambientales que pueden sobrecargar los mecanismos de defensa y la regulación homeostática o de ajuste del individuo. Ejemplos característicos de estos factores lo constituyen el índice de los sucesos vitales (Holmes y Rahe, 1967) y los hasless (fastidios) de la vida cotidiana, inclusive de los “eventos interpersonales” (Maybery and Graham, 2001).

Factores moduladores. Están constituidos por variables tanto del medio ambiente como del propio individuo que no están en relación directa con la respuesta de estrés, pero que actúan como condicionadores, moduladores o modificadores de la interacción entre los factores externos e internos de estrés. De entre los factores moduladores se pueden señalar variables como el apoyo social, determinados estados afectivos y características de personalidad (por ejemplo, personalidad de tipo A y C, hardiness) o cualidades atribucionales (por ejemplo, el “locus de control”) o de manejo de las situaciones adversas como la “resiliencia”. Es decir, aquellos factores que intervienen para incrementar o amortiguar la percepción de amenaza o la acción de los estresores y que, por lo tanto, facilitan o entorpecen las respuestas adaptativas, de modo tal que algunas respuestas serán eficaces y otras no. (Oblitas, L. et al., 2010).


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