Los roles que
juega el apoyo social como amortiguador del impacto del estrés y como variable
asociada con la salud son cuestiones ampliamente estudiadas desde varios años
atrás (Broadhead et al., 1983),
particularmente en relación con algunas enfermedades, tales como los trastornos
cardiovasculares (por ejemplo, Orth-Gomer, 2000; Steptoe, 2000; Wlodarczyk,
1999) y el cáncer (por ejemplo, Northouse, 1988). Aunque algunos investigadores
aseguran que el apoyo social es un factor moderador del impacto del estrés
sobre la reactividad cardiovascular, otros no han encontrado evidencias
suficientes (Anthony y O´Brian, 1999; Tennant, 1999). En la búsqueda de una
respuesta al tema, agrega Kors (2000), el apoyo social es un factor moderador
del efecto del estrés en la medida en que la persona tenga una alta
predisposición a buscar apoyo en situaciones estresantes. En un estudio
centrado en el estrés laboral, Hagihara y colaboradores (1998), descubrieron
que no es la variable como un todo sino ciertas dimensiones del soporte social
las que interactúan en determinados trabajadores para amortiguar el estrés.
Cuando analizaron los contenidos del apoyo social, Payne y Jones (1987; cfr., Sandín, 1995) detectaron cinco
elementos básicos, a saber: 1) dirección, según el apoyo social sea
proporcionado, recibido, o ambas cosas a la vez; 2) disposición de recursos y
su utilización; 3) descripción/evaluación de la naturaleza del apoyo social; 4)
contenido, según sea emocional, instrumental, informativo o valorativo y 5)
redes sociales de que dispone el sujeto, familia, amigos, vecinos, compañeros
de trabajo y otros por el estilo.
En las
investigaciones del burnout se ha
informado que las variables edad y apoyo social se correlacionan inversamente
con la vulnerabilidad al síndrome, de modo tal que a mayor edad y más apoyo
social del contexto, se reduce la vulnerabilidad al síndrome o no se lo padece
o aparece en niveles moderados. Además, el afrontamiento al estrés resulta más
exitoso, sobre todo en la variable apoyo social (Pérez, 2001). Leserman et al. (1999), demostraron que más
estrés y menos soporte social puede acelerar el curso de infección en pacientes
con VIH. Otros estudios han demostrado diferencias de género con respecto a los
modos de afrontar el estrés, observándose que las mujeres buscan en mayor
medida que los hombres el apoyo social, manifiestan más sus emociones en
relación con el evento estresante y ocupan mayor parte de su tiempo en la
realización de actividades distractoras para evitar pensar en las situaciones
problemáticas (Crespo y Cruzado, 1997).
Lo que no se ha
podido elucidar con exactitud es el mecanismo a través del cual opera el apoyo
social en su impacto sobre la salud (Leserman et al., 1999). Una de las hipótesis más probables es que se inicie
sobre las alteraciones del estado de ánimo, especialmente a través de la ansiedad
y la depresión, considerándose éstas variables intervinientes. En ese sentido,
Chesney (1998) afirma que el aislamiento social incrementa el riesgo de
enfermedad cardiovascular a través del estado de ánimo depresivo y las
conductas en torno de la salud, a la vez que sugiere elaborar modelos de
intervención focalizados en el incremento de apoyo social con el objeto de
reducir las conductas de riesgo.
Una línea de
investigación reciente en esta área es el resurgimiento de la teoría del apego
de Bowlby (1985), aplicada a la medicina psicosomática como modelo
biopsicosocial del desarrollo y de la salud. En cuanto al estudio longitudinal
realizado sobre 60 viudas y 60 viudos, cuyo objetivo era determinar cómo
elaboraban el duelo y se ajustaban a la soledad, Stoebe y Shut (1996)
descubrieron que no era el soporte de amigos sino las figuras de apego las que
amortiguaban el estrés y compensaban los déficit. Según Maunder y Hunter
(2001), que llevaron una amplia revisión de la bibliografía, existen evidencias
suficientes para fundamentar la hipótesis de que la inseguridad del apego
contribuye a las enfermedades físicas. Además, tiende a generar los riesgos de
enfermar a través de tres mecanismos: 1) el incremento de la susceptibilidad al
estrés; 2) el incremento del uso de reguladores externos de las emociones y 3)
la alteración de las conductas de búsqueda de ayuda. Concluyen que: “el estilo
de apego puede ser un predictor de vulnerabilidad al estrés y de riesgo de
enfermar en numerosas enfermedades”. (Oblitas, L. et al., 2010).
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