De
acuerdo con el modelo citado en el blog anterior (Schwarzer y Fuchs, 1999)
cuando una persona establece como meta un cambio en su conducta de salud, se
basa en tres tipos de cogniciones:
1-. Las
percepciones de riesgo incluyen la sensación de vulnerabilidad y la gravedad
percibida de una enfermedad, elementos que poseen un notable valor motivacional
en el proceso de toma de decisiones. En ocasiones, los sesgos optimistas de ciertas personas las conducen a
subestimar los riesgos objetivos, y por tanto, a no poner en práctica ciertas
conductas precautorias con el fin de evitar consecuencias nocivas para su salud
(Taylor, 1989).
2-. Las
expectativas de resultados se refieren a la estimación que hace una persona
acerca de las consecuencias de poner en acción ciertas estrategias de
autorregulación. En general, las personas aprenden a considerar sus acciones
como causa de los sucesos que le acontecen y confían en la posibilidad de
cambiar sus conductas riesgosas para su salud.
En
la fase de motivación (intenciones) el sujeto decide qué acciones realizar y en
la volición cuánto esfuerzo invertirá y durante cuánto tiempo persistirá en
ellas. Esta última etapa se divide en dos subprocesos: planes de acción y
control de acción. Es decir, una vez modelada la conducta saludable, la
intención debe ser transformada en planes de acción, en instrucciones precisas
de cómo llevarla a cabo. Si por ejemplo,
alguien decide bajar de peso, primero debe de estar fuertemente motivado y
convencido de que es saludable hacerlo, percibir los riesgos que para su salud
conlleva el exceso de peso y posteriormente evaluar las distintas estrategias a
seguir para lograr el objetivo planteado (tipo de dieta, compra de alimentos de
bajas calorías, cuándo y cómo comer, realización de actividades físicas, etc.).
Finalmente, una vez iniciada la acción debe ser controlada, es decir, realizar
las correcciones necesarias y evitar las posibles interrupciones debido a la
aparición de tendencias conductuales incompatibles (por ejemplo, sucumbir ante
las tentaciones, tendencias al sedentarismo, etc.) para así mantener los
cambios en el tiempo.
3-. La
autoeficacia percibida determina la cantidad de esfuerzo invertido y el
nivel de perseverancia. Las personas que confían en sí mismas, que se sienten
capaces de llevar a cabo los propuestos para mejorar su salud persisten en
mantener el curso de sus acciones; a pesar de los obstáculos, perciben
alternativas de solución a los mismos y se recuperan fácilmente de las
frustraciones. Por ejemplo, si a pesar de seguir una dieta comprueban que no
han bajado de peso, analizarán las posibles causas, realizarán las
modificaciones necesarias, mantendrán un estado de ánimo positivo, se
propondrán objetivos y medios más razonables, modificarán el entorno físico y
social para favorecer la concreción de la conducta deseada y adoptarán un
diálogo interno de automanejo en situaciones críticas. Por último, se deben
considerar las barreras y las oportunidades situacionales. Si las claves
situacionales son excesivas (por ejemplo, disponibilidad de alimentos
apetitosos y de altas calorías) las destrezas metacognitivas aprendidas no
serán eficaces (el sujeto sucumbirá ante las tentaciones). También una red
social de apoyo sirve para mantener y consolidar los cambios efectuados (una
familia que adopte una dieta saludable, de bajas calorías, incitará a la
persona a persistir en sus nuevos hábitos). (Oblitas, 2010).
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