Se sabe que
existen diferencias individuales y culturales muy marcadas al respecto de la
forma de reaccionar frente al conocimiento de “padecer” cáncer. Dunn et al. (1993) comprobaron que a los
pacientes que se les mencionaba su patología con el término “cáncer”, presentaban
mayor ansiedad que aquellos a los que simplemente se les hablaba de
“enfermedad”, Lerman y Rimer (1993), que realizaron un trabajo que evaluaba la
ansiedad de los pacientes que se sometían a estudios de screening (pruebas de tamizado) para la detención precoz del
cáncer, señalan que una moderada ansiedad acerca de los resultados funciona
como un factor motivacional para concurrir a efectuarse estudios posteriores;
sin embargo, en algunos casos, el extremado nivel de ansiedad interfería con la
“adherencia” a los estudios.
En general, las
investigaciones realizadas han supuesto, con respecto a la motivación de
participar en un examen médico de prevención de cáncer, que la conducta pasada,
la autoeficacia percibida y las percepciones de riesgo, eran precursores
importantes de la intención de ejecutar dicha conducta. (Oblitas, 2010).
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