Los
investigadores se preguntan hasta qué punto las campañas informativas y la
apelación al miedo logran un cambio estable y duradero en la conducta. De
acuerdo con Bishop (1994), los resultados en el campo de la salud son dispares;
algunos creen haber encontrado una asociación entre cambios de actitudes,
creencias y modificación de las conductas de salud, mientras que otros no.
Fazio (1989) considera que las actitudes tienen una mayor influencia sobre la
conducta cuando fueron adquiridas a través de una experiencia directa, cuando
son fácilmente accesibles y relevantes; y tienen interés para la persona. De
acuerdo con Fishbein y Azjen (1975), el cambio de actitud tendrá más efecto
sobre la conducta cuando es coherente o, al menos, no entra en contradicción
con las normas prevalentes.
La teoría del aprendizaje aplicada al
ámbito de la salud sostiene que las conductas saludables son hábitos aprendidos
y, por tanto, su adquisición, mantenimiento y modificación están sujetas a los
principios del aprendizaje. Con base en este supuesto se ha propuesto la
aplicación de los principios y técnicas conductuales para modificar hábitos de
salud.
El análisis
funcional de la conducta implica, en primer lugar, especificar y
operacionalizar el comportamiento que debe ser modificado: luego, establecer
bajo qué condiciones antecedentes (estímulos discriminativos) aparece la
conducta no saludable y cuales son las consecuencias (refuerzos) que le siguen
y que permiten que se mantenga. Se parte de la premisa que la conducta, como
variable dependiente, está en función de las variables independientes, que
pueden ser manipuladas por los profesionales con el fin de modificar la
conducta perjudicial para la salud.
Desde los
enfoques cognitivo-conductuales se tiene en cuenta, además, las variables
internas (cogniciones) entre las que se incluyen lo que las personas se dicen a
sí mismas acerca de sus conductas de salud. En este sentido, Meichenbaum (1974)
sostiene que el entrenamiento autoinstruccional resulta una estrategia de
intervención muy eficaz para el cambio de conducta. Por ejemplo, una persona
diabética puede autoinstruirse acerca de los pasos que debe seguir para adoptar
la dieta adecuada a su problema de salud.
Otro
planteamiento de quienes reivindican este modelo es cómo mantener en el tiempo
los nuevos hábitos saludables adquiridos. En general, para ello se apela a
programas de reforzamientos intermitentes, entre los cuales se mencionan como
los más resistentes a la extinción los de razón o de intervalo variable. Por
último, se espera que las conductas saludables se mantengan por efecto de los
reforzadores naturales que provienen de la realización de la actividad misma.
Por ejemplo, se tiene la expectativa de que la persona que abandonó el hábito
de fumar o de comer excesivamente obtenga gratificación por sentirse mejor
(bienestar físico y psicológico), más enérgico, con mayor predisposición a la
actividad física, etcétera. (Oblitas, 2010).
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