Una persona duerme normalmente
alrededor de ocho horas diarias, pero los requerimientos personales varían
según la constitución física y la edad. El adolescente, por ejemplo, debe
dormir algo más que el adulto, debido especialmente al esfuerzo que está
haciendo su organismo para crecer. En los periodos de crecimiento rápido –aquellos
en que se dio el estirón—este requerimiento es mayor. El adolescente bien puede
dormir en esos periodos durante nueve o diez horas. Esto a veces desespera a
los adultos que tienen otras necesidades y otros requerimientos de sueño, y que
quisieran arbitrariamente que el adolescente se ajustara a ellos. En relación
con la costumbre de la siesta, se ha comprobado que es benéfica: dormir unos
treinta minutos después de las comidas puede permitir una tarde despejada y
activa.
Es muy importante que el adolescente
establezca buenos hábitos de sueño. Ello incluye acostarse por lo menos ocho
horas y media antes de la hora en que hay que levantarse; además de dormir sin
ruidos ni aparatos encendidos, pues estos dificultan el sueño profundo, que es
el más reparador. El adolescente debe aprender que la falta acumulada de sueño
produce trastornos en el sistema nervioso tales como nerviosidad, astenia
(debilidad), falta de capacidad de concentración y mal rendimiento escolar.
Además, las desveladas de estudio o
de festejo han demostrado ser nocivas, especialmente cuando son frecuentes. En
el curso de las mismas se produce muerte neuronal, principalmente si se toma
alcohol, café u otros estimulantes. Lo recomendable es distribuir el estudio en
horarios predeterminados, todos los días y desvelarse en festejos únicamente en
ocasiones excepcionales. (Robles 2007).
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