Diferentes
situaciones provocan diferentes grados de ansiedad. Algunas veces se
experimenta ansiedad hacia situaciones muy concretas, como un estado
transitorio, en otras se experimenta ansiedad como una tendencia estable y
consistente de conducta; es decir, con rasgos de personalidad. Situaciones de
amenaza o peligro suelen ser muy ansiógenas; también lo son, en general, las
situaciones de evaluación. Sin embargo, no todo el mundo reacciona con el mismo
nivel de ansiedad ante una situación dada. Hay personas que responden con
tranquilidad en circunstancias complicadas, y otras a las que basta un peligro
moderado para que experimenten altos niveles de ansiedad; otras, incluso,
sienten ansiedad en ausencia de amenazas o peligros objetivos. Las diferencias
individuales, que juegan un papel muy importante en las respuestas de ansiedad,
están muy relacionadas con la personalidad. Cuando la ansiedad es exagerada y
supone un obstáculo significativo para la vida cotidiana (laboral, familiar,
etc.), se habla de trastornos de ansiedad.
Las principales
teorías que intentan explicar la ansiedad son de tres tipos: biológicas,
conductuales y cognitivas. Los modelos biológicos buscan las causas que la
provoca en los niveles bioquímicos, psicofisiológico y neuroanatómico del
organismo. Algunos proponen que determinados sistemas de neurotrasmisión
funcionan inadecuadamente, ya sea por exceso o por defecto. Los
neurotransmisores son liberados por la neurona presináptica, a través de la
cual se desplaza el impulso nervioso y, cuando son captados por la neurona
postsináptica, hacen que ésta transmita el impulso a otras neuronas conectadas
con ella, que es lo que se denomina neurotransmisión excitadora. Otros
neurotransmisores hacen justo lo contrario, es decir, impiden que el impulso
nervioso pase de una neurona a otra. Este segundo mecanismo se denomina
neurotransmisión inhibidora. Otras teorías biológicas relacionan la ansiedad
tanto con mal funcionamiento de la neurotransmisión excitadora como de la
inhibidora.
En niveles
neurofisiológicos y neuroanatómicos se ha buscado la implicación de
determinadas áreas del cerebro en las respuestas de ansiedad. La amígdala, por
ejemplo, parece estar en su base, así como el sistema límbico y el sistema
septohipocámpico. Estas estructuras tienen relación con las emociones en
general, y con la ansiedad en particular. Algunas teorías proponen que en
personas que sufren trastornos de ansiedad estas estructuras entrarían en
funcionamiento con umbrales de estimulación menores que en personas normales.
En cuanto a las
teorías conductuales, se han encontrado algunos principios en el aprendizaje.
El condicionamiento clásico y el operante. Desde esta perspectiva, la ansiedad
se explica como el resultado de la formación de hábitos desadaptativos,
aprendizaje que han dado lugar a conductas ineficaces o perjudiciales. No todo
lo que se aprende es beneficioso para el organismo. Si, ante una mala
experiencia con un determinado animal, se asocia a este con consecuencias
aversivas, en el futuro el sujeto tenderá a evitarlo y, si debe enfrentarse con
él, lo hará sufriendo elevados niveles de ansiedad. En este caso, la
adquisición de la fobia se explica bastante bien en virtud de las leyes que
gobiernan el condicionamiento clásico, aunque un modelo más completo debe
considerar conceptos y principios correspondientes a otras formas de
aprendizaje, tales como el condicionamiento operante.
Las teorías de
tipo cognitivo proponen como causas de la ansiedad formas de pensamiento
inadecuadas. Proponen que la conducta observable (motora) no es el eje de la explicación,
sino constructos no observables directamente (pensamiento, atención, etc.). La “mente”
se entiende en la mayor parte de estos modelos como un sistema de procesamiento
de información, algo formalmente similar a un ordenador, pero de tipo biológico,
etc. (Oblitas, L. et al., 2010).
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