A partir de la
forma en que se manifiestan los síntomas y signos que las caracterizan, es
posible distinguir básicamente dos tipos de ansiedad patológica: una, en la que
la sintomatología aparece de manera súbita, en forma de crisis, y otra en la
que surge de manera más gradual y duradera. En la primera de ellas, el paciente
siente el brusco e intenso temor de que algo malo le va a suceder de modo
inmediato. Tal experiencia subjetiva puede expresarse de diversos modos: miedo
a enloquecer, a marearse y perder el conocimiento o incluso a morir. El temor a
marearse, desmayarse o perder el control de alguna otra manera conlleva el
miedo de que la crisis pueda producirse en circunstancias donde no sea posible
recibir ayuda, o a que otras personas sean testigos de esta situación de
debilidad, lo que puede facilitar el desarrollo de una agorafobia. Otras
personas tienen la desagradable sensación de que algo se ha modificado en su
cuerpo o en el entorno. Junto con este componente cognitivo aparecen síntomas
de activación vegetativa en diferentes sistemas: cardiovascular, respiratorio,
digestivo, muscular, etc., que son interpretados como extremadamente
desagradables y que refuerzan la creencia del sujeto sobre la gravedad de su
situación. La duración de la crisis varía de unos individuos a otros y en uno
mismo en diferentes momentos. En algunos, los periodos entre las crisis son
asintomáticos, mientras que en otros permanece un fondo de ansiedad crónico.
Esta forma de aparecer guarda cierta similitud con la evolución fásica de los
cuadros de depresión mayor, y llama la atención el hecho de que ambos
trastornos responden a un mismo tipo de psicofármacos antidepresivos. (Oblitas,
L. et al., 2010).
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