Actualmente, para
el especialista en la materia el concepto de personalidad engloba tanto la
inteligencia como el temperamento, pero el conjunto de fenómenos que abarca el
concepto de personalidad no estuvo siempre claro, produciéndose desacuerdos
entre los investigadores más relevantes.
La definición de
personalidad puede estar sujeta a diferentes propuestas, pero lo que subyace a
las diversas concepciones es la referencia a aspectos relativamente estables de
la conducta, cuya estabilidad es puesta de manifiesto incluso por las teorías
del estímulo-respuesta, según las cuales aquélla viene dada por los procesos de
aprendizaje (entre los que se incluyen aquí los de generalización a situaciones
análogas a la adquisición de la conducta). Pese a ello, tradicionalmente se ha
atribuido al conductismo un punto de vista opuesto al de la estabilidad y la
consistencia de la conducta.
El hábito se
refiere a modos de conducta directamente enraizados en lo observable. Un nivel
superior de abstracción es el concepto de rasgo. La agrupación de los hábitos
da lugar a la construcción de una serie de propiedades disposicionales que son
los rasgos; así, se dice que una persona es honesta (tiene el rasgo de
honestidad) si en diferentes situaciones muestra modos de conducta
relativamente estables (hábitos) que permiten calificarlo como tal. Los rasgos
deben diferenciarse de los estados por cuanto éstos, pese a situarse en el
mismo nivel de abstracción, se definen por su carácter temporal, distinción que
se debe a Allport (1937), quien definió los estados como “situaciones
temporales de la mente y el ánimo”, aunque ya Marco Tulio Cicerón, en el año 45
a. de C., distinguía entre estos dos conceptos: “no todos los hombres que están
en algún momento ansiosos tienen un temperamento ansioso (...) al igual que
existe una diferencia entre la intoxicación y la borrachera habitual, o entre
ser galante y estar enamorado”.
Todavía a un
nivel superior de abstracción se encuentran los tipos, que los griegos y Kant
conceptualizaban categóricamente, pero que en la actualidad tienen un
significado análogo al de los rasgos, aunque de mayor inclusividad. Los rasgos
corresponden a lo que en análisis factorial se denominan factores primarios y a
los tipos a factores secundarios, resultantes de las correlaciones observadas
entre rasgos.
Los tipos básicos
se remontan a la distinción que hizo Hipócrates, según el predominio de uno de
los cuatro humores corporales: sanguíneos, flemáticos, coléricos y
melancólicos. Wundt utilizó esta descripción clásica de los tipos de
temperamento, pero no de manera categorial sino dimensional, y Eysenck, además,
aportaría procedimientos de medida de estas dimensiones. En la base de estas
clasificaciones del temperamento se encuentran, por lo tanto, las referencias a
características corporales. Entre los autores que han seguido esta tradición a
lo largo de la historia están: Porta (1540-1615), Sulzer (1720-1779), Lavater
(1741-1861), Carus (1789-1869), y Gall (1758-1828), fundador de la frenología,
disciplina que intentaba inferir a partir de la forma exterior del cráneo las
características de las áreas cerebrales subyacentes, consideradas como sede de
diversos sentidos. (Oblitas, L. et al., 2010).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario