La ansiedad es
una sensación experimentada por todos, en mayor o menor medida, en diferentes
momentos de la vida cotidiana. Cuando se presenta en niveles moderados,
facilita el rendimiento, incrementa la motivación para actuar, alienta a
enfrentarse a una situación amenazadora, hace estudiar más para ese examen que
preocupa, y mantiene alerta cuando se está hablando en público. En general,
ayuda a enfrentarse a cualquier tipo de situaciones.
Sin embargo,
cuando alcanza niveles exagerados, esta emoción normalmente útil puede dar
lugar al resultado opuesto: impide enfrentarse a la situación, paraliza y
trastoca la vida diaria. Los trastornos de ansiedad no son sólo un caso de
“nervios”. Son estados relacionados con la estructura biológica y con las
experiencias vitales de un individuo. Con frecuencia son tendencias
hereditarias, pero el aprendizaje juega un papel decisivo en el control o falta
de éste. Cuando es excesiva y se desborda, hace que el individuo sufra lo que
en psicopatología se denomina un trastorno.
Tiende a aceptarse cada vez
más la idea de que el objeto de estudio de la psicopatología son los trastornos
mentales. De esa manera se intenta sortear los problemas de estigmatización que
conllevan términos como “anormal”, o adscripciones demasiado evidentes a
determinados enfoques puestos de manifiesto por expresiones como “enfermedad
mental”. No obstante, denominar trastornos mentales al objeto de estudio de la
psicopatología no resuelve todos los problemas, puesto que se corre el peligro
de dar a entender que se admite, implícitamente al menos, alguna clase de
dualismo mente-cuerpo, lo cual establece una separación más aparente que real
entre la patología mental y la somática. El problema más grave de cualquier
denominación que se emplee para referirse al objeto de estudio de la
psicopatología es que no existe una definición conceptual única (ni mucho menos
operacional) que se aplique de manera general a todos los trastornos; algunos
son mejor definidos por sus conceptos como “malestar”, otros como “descontrol”,
“limitación”, “inflexibilidad”, “desviación”, etc. Cada uno es un indicador
útil para un tipo de trastorno mental, pero ninguno equivale al concepto
general. Es por ello que se adoptan soluciones de compromiso que abarcan todas
esas posibilidades en definiciones como las que ofrece el sistema clasificatorio
de la Asociación Psiquiátrica Americana, DSM-IV-TR (APA, 2002, p.xxix):
“...en este manual cada trastorno mental
es conceptualizado como un síndrome o un patrón comportamental o psicológico de
significación clínica, que aparece asociado a un malestar (por ejemplo, dolor),
a una discapacidad (como lo es el deterioro en una o más áreas de
funcionamiento) o a un riesgo significativamente aumentado de morir o de sufrir
dolor, discapacidad o pérdida de libertad. Además, éste síndrome o patrón no
debe ser meramente una respuesta culturalmente aceptada a un acontecimiento particular
(como la muerte de un ser querido). Cualquiera que sea su causa, debe
considerarse como la manifestación individual de una disfunción comportamental,
psicológica o biológica. Ni el comportamiento desviado (por ejemplo, político,
religioso o sexual) ni los conflictos entre el individuo y la sociedad son
trastornos mentales, a no ser que la desviación o el conflicto sean síntomas de
una disfunción”.
De manera
similar, el término general “trastorno” se utiliza en la clasificación de la
Organización Mundial de la Salud, CIE-10, para señalar la presencia de un
comportamiento o un conjunto de síntomas que, en la mayoría de los casos, son
acompañados por malestar o interfieren con la actividad del individuo (OMS,
1992).
Existen
diferentes tipos de trastornos de ansiedad, cada uno con sus características
propias. Algunas personas se sienten ansiosas casi todo el tiempo sin ninguna
causa aparente. En otros casos, las sensaciones de ansiedad pueden ser tan
incómodas que, para evitarlas, pueden llegar a suspenderse actividades diarias.
Otros trastornos se caracterizan por sufrir ataques ocasionales de ansiedad tan
intensos que aterrorizan e inmovilizan.
Muchas personas
entienden mal estos trastornos y piensan que quienes los padecen deberían
sobreponerse a los síntomas que experimentan tan sólo mediante la fuerza de
voluntad. Querer que los síntomas desaparezcan no da resultado, pero existen
estrategias que permiten aprender a controlar la ansiedad llevándola hasta
niveles razonables, y aprovechar su carácter activador como motivación para
que, en lugar de deteriorar el rendimiento, lo facilite. (Oblitas, L. et al., 2010).
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