jueves, 13 de marzo de 2014

¿Qué es el propio-ser y yo en desarrollo según Winnicott?

           La teoría del desarrollo emocional fue enunciada por Winnicott refiriéndola principalmente al propio-ser en desarrollo. Al comienzo la identidad personal es sólo potencial. En el principio existe un primario “propio-ser central”, que después se convierte en el “núcleo del propio ser”, denominado también “propio-ser genuino potencial”.

           Acerca del “propio-ser central”, escribe Winnicott: “Se pudiera decir que el propio-ser central es el potencial heredado que experimenta continuidad de existir, y que a su modo y a su ritmo adquiere una realidad psíquica personal y un esquema corporal personal”.

           Aquí el propio-ser inicial se define refiriéndolo al crecimiento que ya se produce en orden a la realización de una identidad personal. La idea de crecimiento como una fuerza motora y motivadora en el individuo desde el comienzo mismo es esencial en la teoría de Winnicott, y al potencial heredado absolutamente primario de que ahí se habla él lo entendía sobre todo como potencial de crecimiento, que se manifiesta en una tendencia hacia el desarrollo psicológico “que corresponde al crecimiento del cuerpo y al gradual desarrollo de las funciones”, y que sobreviene con arreglo a una pauta personal (heredada). En otras palabras, se trata de los “procesos de maduración” que están ahí desde el comienzo: la capacidad de llegar a ser lo que uno es. Este devenir de quien uno es fue caracterizado por Winnicott como un “progreso” que en el curso del tiempo trae consigo la “evolución del individuo, psique-soma, personalidad y mente, con (en fin) formación del carácter y socialización”. A esto podemos agregar, basados en su autoridad, la capacidad de “participar en la definición, el mantenimiento y la alteración del ambiente” o, según lo expresó en otro lugar, de hacer una “contribución a la fecundidad (cultural) del mundo, que es el privilegio de los menos entre nosotros”. Acerca de este progreso, sostuvo que “arranca en fecha ciertamente anterior al nacimiento”, y agregó: “Existe una pulsión biológica tras el progreso”.

           Como el “ello” de Freud, el propio-ser central de Winnicott es la fuente de energía, o espontaneidad. Pero Winnicott no otorga la misma primacía que Freud a las pulsiones del ello (sexuales y agresivas): las considera más bien tributarias de los procesos de maduración. Aquí la diferencia es de acento, y se la puede apreciar en la teoría del desarrollo infantil; si la teoría de Freud, en lo que se refiere a la primera infancia, considera sobre todo los efectos placenteros y displacenteros una experiencia orgiástica (regida por el ello, una experiencia de tensión, satisfacción, frustración), no ocurre así en Winnicott. Sin dejar de reconocer el papel fundamental de los instintos del ello en la difícil tarea de adaptarse el infante a la realidad externa, Winnicott entendía que antes que se pudiera hacer uso alguno de esos instintos tenía que estar presente una persona vivenciante, por rudimentaria que fuere. En este punto se introduce el “yo” porque con mediación del yo sobreviene en el infante la organización psíquica que convierte en experiencia personal sucesos del ello. Lo aclara en el siguiente pasaje, referido a la primerísima infancia: “Es preciso señalar que cuando digo cubrir las necesidades del infante no me refiero a la satisfacción de instintos. En el campo que ahora examino, los instintos pueden ser tan exteriores como un trueno o un relámpago. El yo del infante acumula fortaleza y así avanza hacia un estado en que las demandas del ello se habrán de sentir pertenecientes al propio-ser, y no al ambiente. En el momento en que este desarrollo se produce, la satisfacción del ello deviene importantísimo fortalecedor del yo”.

           La génesis de la persona vivenciante reclamaba de manera especialísima el interés de Winnicott; esto lo inclinó a entender y elaborar la psicología del yo de Freud, no su psicología del ello.

           Ayuda concebir el yo como aquella organización del infante que con el tiempo se convierte en el propio-ser como lo entiende el lenguaje ordinario, a saber: el sentido de identidad que adviene con la percatación de sí. Explica Winnicott que este propio-ser del lenguaje ordinario llega “después que el niño ha empezado a atender a lo que otros ven, palpan u oyen, y a la idea que se forman cuando se encuentran con ese infante”. Considerado desde este punto de vista, “el yo ofrece para su estudio mucho antes que el término propio-ser adquiera significación”.

           Por mediación del yo, los componentes de la constitución heredada son reunidos fragmento por fragmento en el propio-ser naciente: ejemplos serían los dedos de las manos o de los pies del bebé, o el sonido de su propio llanto; según Winnicott, no necesariamente los siente al comienzo como parte de él mismo. A medida que esta conjugación se produce, sucesos sensoriales y motores pasan a ser experiencia personal y aprovechable. El yo va ligado íntimamente al desarrollo neurofisiológico, así como a la percepción y al desarrollo de intelecto, memoria y cognición, que se convierten en sus aliados para procurar la orientación de cada individuo en un mundo exterior al propio-ser.

           Una función del yo de importancia vital consiste en la trama de elaboración mental de sucesos sensoriales y motores para organizar lo que llega a ser la “realidad psíquica personal”. Winnicott entendió esto como un “concepto de Freud que a todas luces derivaba de la filosofía”, y agregó que la obra de Melanie Klein había enriquecido nuestra comprensión de la realidad interior. Esta se considera una extensión de la “fantasía” del bebé, y al comienzo de la vida consiste en una muy simple “elaboración imaginativa de partes somáticas, sentimientos y funciones”. Esta elaboración simple, parte esencial de cada individuo, y que nunca se pierde, es empero al comienzo tan primitiva que no llega a la conciencia. Al cabo, afirmado en una experiencia que se acrecienta, y en el concurrente desarrollo neurológico, el mundo interior emerge: “De todo individuo que ha alcanzado el estado de ser una unidad con una membrana por límite, y un adentro y un afuera, se puede afirmar que tiene una realidad interior, un mundo interior que puede ser rico o pobre, que puede estar en paz o en un estado de guerra”.

           Parece que el propio-ser central, o núcleo del propio-ser, es un ser aislado: es algo que “nunca entra en comunicación con el mundo de los objetos percibidos”; además, “el individuo sabe que eso nunca tiene que entrar en comunicación con la realidad externa ni dejarse influir por ella”. Es en consecuencia en virtud de la realidad interna, que el infante adquiere como la pulpa que envuelve al hueso de una manzana, como el infante se vuelve reconocible en tanto individuo; y es bajo el influjo de esta realidad interna como el mundo cobra forma para el infante y el niño. En los casos en que se vuelve posible atribuir realidad interna al infante, la expresión “propio-ser genuino” llega a incluir esta misma realidad.


           Por último, el mejor resumen son unas oraciones de descripción del propio-ser, escritas por Winnicott hacia el final de su vida: “Para mí, el propio-ser, que no es el yo, es la persona que soy, y que sólo yo soy, que posee una totalidad basada en la operación de los procesos de maduración. Al mismo tiempo, el propio-ser tiene partes, y de hecho está constituido por ellas. Estas partes se aglutinan siguiendo una dirección interior-exterior en el curso de la operación del proceso de maduración, ayudadas, como es preciso que lo sean (en medida máxima al principio), por el ambiente humano que ampara y asiste corporalmente, y que de una manera activa facilita… Son el propio-ser y la propia vida, únicamente, los que imparten sentido de acción o de vida desde el punto de vista del individuo que ha crecido hasta aquí, y que continúa creciendo desde la dependencia y la inmadurez hacia la independencia”.

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