Ante la pérdida de un ser querido, las reacciones que se
presentan son normales y predecibles. La recuperación transcurre por etapas que
son muy parecidas al proceso de una herida que evoluciona hasta la cicatriz.
Son comunes a todos aquellos que se encuentran en estado de duelo. Pueden
presentarse en forma simultánea, solo alguna de ellas por vez, el predominio de
una sobre otra y/o la persistencia de algunos síntomas o fenómenos
correspondientes a otra fase por un tiempo más prolongado y que pueden
interferir o continuar en la siguiente o siguientes fases del duelo. Esto, a su
vez, puede verse salpicado o coloreado de oleadas de angustia aguda y/o
fenómenos de aniversario (o fechas significativas) que producirán la sensación
de un “retroceso” en el curso del duelo.
Aunque es muy criticado desde el punto de vista
científico (mejor, muy mal entendido), el modelo en fases ayuda a entender el
duelo como un proceso y no como un hecho. Si se contempla entonces como tal, el
conocer por anticipado “lo que ha de suceder” (a grosso modo, sin detalles
finos) con cierta certeza, permitirá a la persona (de forma semejante a como
sucede con la aflicción anticipatoria) estar preparada y “tener a mano”
estrategias adecuadas para controlar la situación. Estas fases no son en forma
de escalones verticales, en los que se da “un paso a paso”; más bien, son
horizontales, y la persona puede estar en la primera fase o con un pie entre la
primera y la segunda, y así. Se avanza sin la necesidad u obligación de tener
que resolver por completo todos los elementos de una fase anterior para poder
pasar a la siguiente.
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