Las primeras y más importantes
interacciones sociales se dan en el hogar, en el binomio madre-hijo. De esta
interacción resultarán los modelos introyectados por el niño. Si la interacción
madre-hijo es sana, el pequeño creará modelos positivos de interacción humana y
se relacionará fácilmente con otros adultos, pero si son hostiles o rechazantes
se introyectará un modelo negativo que llevará al niño, y más tarde al
adolescente, a manifestar destructividad o rechazo reflejo a las relaciones
humanas.
Por ello la relación madre-hijo temprana,
resulta ser la más trascendente de la existencia personal. Pero obviamente no
es la única. A menos que las huellas negativas dejadas por una mala relación
materna, sean persistentemente severas, el niño tendrá la posibilidad de
evolucionar hacia la normalidad. Ello ocurre así si se encuentra la oportunidad
de establecer relaciones con otras fuentes de interacción; la vida ordinaria
ofrece muchas de estas posibilidades; ello no ocurre sin embargo, en el caso de
familias profundamente alteradas, tales como las de misántropos o puritanos
extremos, que intentan cortar las relaciones de la muchacha o el muchacho con
el entorno material y social. (Robles 2011).
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