La represión y la prohibición de
relacionarse con los ambientes natural y social, conducen necesariamente al
infantilismo. Oponerse a que el adolescente se relacione con el mundo,
constituye el mecanismo central de la detención del desarrollo emocional. A
cambio de ello se ofrece un mundo falso de paz interior en el que los cantos de
las sirenas de Ulises, el agua tibia de Xtabay, o la simbiosis del bebé con su
madre protectora se prolongan indefinidamente. Se trata de los “castillos de la
pureza” y de los casos de sobreprotección materna (Robles, 2013).
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