ü Cuando alguien hace gala
de actitudes prejuiciosas e intolerantes ante las diferencias. A todos los niños y niñas les gustan unas cosas y no les gustan
otras. Pero cuando en alguno de ellos se observa un prejuicio intenso con
respecto a otras personas por motivo de su raza, su etnia, su religión, su
lengua, su género, su orientación sexual, su capacidad o su aspecto físico,
éste puede desembocar (combinado con otros factores) en ataques violentos
contra aquellos o aquellas a quienes prescribe como diferentes. La pertenencia
a los llamados grupos de odio o el deseo de elegir como víctimas a individuos
con discapacidades o problemas de salud, también deberían de ser tratados como
signos de alerta temprana.
ü Cuando alguien consume
drogas y alcohol. Además de ser una práctica
insana, el consumo de drogas y de alcohol reduce el autocontrol y expone a los
niños y a los jóvenes a la violencia, ya sea como perpetradores de la misma,
como víctimas, o como ambas cosas.
ü Cuando alguien es miembro
de una o más bandas. Las bandas que fomentan
valores y conductas antisociales –incluyendo la extorsión, la intimidación y
los actos de violencia contra otros estudiantes—generan miedo y estrés en otros
alumnos y alumnas. Los jóvenes que son influidos por esos grupos (es decir,
tanto los que emulan y copian su comportamiento como los que se afilian a
ellos) pueden acabar adoptando esos mismos valores y actuando de forma violenta
o agresiva a ciertas situaciones. La violencia relacionada con bandas y las
peleas por el control del territorio son sucesos habituales ligados al consumo
de drogas que suelen provocar heridas y/o muertes.
Estas son algunas
de las primeras señales que pueden ser
mostradas tanto por los bullies como por sus víctimas (Dwywe, Osher y Warger, 1998).
Hospital Médica Sur:
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Col. Toriello Guerra,
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