También este es
uno de los diez principios básicos del acoso escolar. La ley protege a las
personas adultas frente a delitos como el robo, la extorsión, la difamación y
la agresión con resultado de lesiones. El adulto que arroje piedras y diga
obscenidades contra otro será probablemente arrestado. Ésa es una protección
que debería extenderse igualmente a los niños y las niñas (a quienes, por lo
general, se les considera más vulnerables y menos capaces de defenderse por sí
solos), pero desafortunadamente no es así. Se calcula que sólo un tercio
aproximado del total de los delitos violentos que padecen las personas jóvenes
llegan a ser denunciados ante las autoridades, así que es difícil determinar el
auténtico alcance del problema (Turner y Stephens, 1989).
Según el Dr. Dan
Olweus, una de las principales autoridades mundiales en bullying,
una persona es objeto o víctima de acoso cuando se
ve expuesta, reiteradamente y
a lo largo del tiempo, a acciones negativas por parte de otra o de otras.
Ese carácter
repetido es lo que más preocupa a algunos investigadores. El acoso supone una
pauta sistemática de falta de respeto hacia otras personas que es aceptada e,
incluso, creada por el entorno.
Eso explicaría la
popularidad de ciertos programas televisivos en los que los niños pueden ver
accidentes que les ocurren a otras personas (que se caen, o son golpeadas por
una bola de beisbol o mordidas por un perro); las risas exageradas que
acompañan a esas imágenes les convencen aún más de que lo que están viendo es
divertido. Los alumnos y las alumnas que se convierten en bullies no ven a esas otras personas como tales personas y son
incapaces de apreciar las consecuencias de sus propios actos.
Muchos acosadores
y acosadoras escolares suelen protestar cuando se les intenta aplicar
disciplina y aducen cosas como que “sólo nos divertíamos”. La diferencia entre
las bromas que se hacen jugando sin más, las bromas hirientes, el acoso y el
abuso no está siempre tan clara. Como buena parte del dolor de la víctima es
emocional o social, siempre nos resulta menos evidente que un corte o algún
moretón. Un alumno a alumna puede estar sufriendo mucho sin que tenga lesión
visible alguna. Las palabras pueden herir y el abuso verbal puede desembocar en
un abuso físico con alarmante facilidad.
Los expertos
sugieren que vigilemos nuestro vocabulario para evitar las metáforas violentas
(“la idea me impactó”, “me ha dado fuerte por leer novelas”, etc.) y
eliminarlas del uso diario. “Piensa antes de hablar” es un lema muy útil. Las
palabras tranquilas pueden traducirse en acciones igualmente calmadas (Beane,
2006).
Invertir la
tendencia de la violencia no es fácil. Como decía un escolar de Nueva York:
Hace
ya mucho tiempo que la violencia es un problema en nuestra ciudad y, en los
últimos años, se ha extendido también a nuestras escuelas. Algunas han llegado
incluso a instalar detectores de metales con la esperanza de frenar la
violencia. Pero las armas no son el único problema. Ningún detector de metales
puede impedir que la gente traiga sus miedos y sus conflictos a la escuela, ni
tampoco que los estudiantes vuelvan a llevarse consigo esos miedos, prejuicios
y conflictos cuando salgan de nuevo a la calle a las tres de la tarde (Lantieri y Patti, 1996).
Hospital Médica Sur:
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