martes, 22 de julio de 2014

El acoso es un problema serio

            También este es uno de los diez principios básicos del acoso escolar. La ley protege a las personas adultas frente a delitos como el robo, la extorsión, la difamación y la agresión con resultado de lesiones. El adulto que arroje piedras y diga obscenidades contra otro será probablemente arrestado. Ésa es una protección que debería extenderse igualmente a los niños y las niñas (a quienes, por lo general, se les considera más vulnerables y menos capaces de defenderse por sí solos), pero desafortunadamente no es así. Se calcula que sólo un tercio aproximado del total de los delitos violentos que padecen las personas jóvenes llegan a ser denunciados ante las autoridades, así que es difícil determinar el auténtico alcance del problema (Turner y Stephens, 1989).

            Según el Dr. Dan Olweus, una de las principales autoridades mundiales en bullying,

   una persona es objeto o víctima de acoso cuando se ve expuesta, reiteradamente y a lo largo del tiempo, a acciones negativas por parte de otra o de otras.

            Ese carácter repetido es lo que más preocupa a algunos investigadores. El acoso supone una pauta sistemática de falta de respeto hacia otras personas que es aceptada e, incluso, creada por el entorno.

            Eso explicaría la popularidad de ciertos programas televisivos en los que los niños pueden ver accidentes que les ocurren a otras personas (que se caen, o son golpeadas por una bola de beisbol o mordidas por un perro); las risas exageradas que acompañan a esas imágenes les convencen aún más de que lo que están viendo es divertido. Los alumnos y las alumnas que se convierten en bullies no ven a esas otras personas como tales personas y son incapaces de apreciar las consecuencias de sus propios actos.

            Muchos acosadores y acosadoras escolares suelen protestar cuando se les intenta aplicar disciplina y aducen cosas como que “sólo nos divertíamos”. La diferencia entre las bromas que se hacen jugando sin más, las bromas hirientes, el acoso y el abuso no está siempre tan clara. Como buena parte del dolor de la víctima es emocional o social, siempre nos resulta menos evidente que un corte o algún moretón. Un alumno a alumna puede estar sufriendo mucho sin que tenga lesión visible alguna. Las palabras pueden herir y el abuso verbal puede desembocar en un abuso físico con alarmante facilidad.

            Los expertos sugieren que vigilemos nuestro vocabulario para evitar las metáforas violentas (“la idea me impactó”, “me ha dado fuerte por leer novelas”, etc.) y eliminarlas del uso diario. “Piensa antes de hablar” es un lema muy útil. Las palabras tranquilas pueden traducirse en acciones igualmente calmadas (Beane, 2006).

            Invertir la tendencia de la violencia no es fácil. Como decía un escolar de Nueva York:

            Hace ya mucho tiempo que la violencia es un problema en nuestra ciudad y, en los últimos años, se ha extendido también a nuestras escuelas. Algunas han llegado incluso a instalar detectores de metales con la esperanza de frenar la violencia. Pero las armas no son el único problema. Ningún detector de metales puede impedir que la gente traiga sus miedos y sus conflictos a la escuela, ni tampoco que los estudiantes vuelvan a llevarse consigo esos miedos, prejuicios y conflictos cuando salgan de nuevo a la calle a las tres de la tarde (Lantieri y Patti, 1996).

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