Dentro
de los trastornos de la comunicación se encuentra el trastorno fonológico (antes
llamado trastorno del desarrollo de la articulación). De acuerdo a los
criterios del “Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales” (DSM-IV-TR)
el trastorno fonológico se caracteriza por una incapacidad para utilizar los
sonidos del habla evolutivamente apropiados para la edad y el idioma del sujeto
(Criterio A). Puede implicar errores de la producción, utilización,
representación u organización de los sonidos, por ejemplo, sustituciones de un
sonido por otro (uso del sonido /t/
en lugar de /k/) u omisiones de
sonidos (p. ej., consonantes finales), etc. Las deficiencias en la producción
de sonidos del habla interfieren el rendimiento académico o laboral, o la
comunicación social (Criterio B). Si hay retraso mental, déficit sensorial o
motor del habla, o privación ambiental, las deficiencias del habla son
superiores a las habitualmente asociadas a estos problemas (Criterio C). Su hay
un déficit sensorial o motor del habla o una enfermedad neurológica, deben
codificarse en el Eje III.
El trastorno fonológico incluye errores en la
producción fonológica (esto es, de la articulación) que comportan la
incapacidad para producir correctamente sonidos del habla, así como una serie
de problemas fonológicos de índole cognoscitiva que implican un déficit para la
categorización lingüística de los sonidos del habla (p. ej., dificultad para
seleccionar los sonidos del lenguaje que dan lugar a una diferencia de
significado). La gravedad oscila entre un efecto escaso o nulo sobre la
inteligibilidad del habla hasta un habla completamente ininteligible.
Habitualmente, se considera que las omisiones de los sonidos son más graves que
las sustituciones de sonidos, las cuales, a su vez, son más graves que las
distorsiones de sonidos. Los sonidos que más frecuentemente se articulan son
los de adquisición tardía en la secuencia del desarrollo (l, r, s, z, ch), pero en los sujetos de menor edad o más gravemente
afectados también puede afectarse las consonantes y vocales de desarrollo más
temprano. El ceceo (esto es, la articulación deficiente de sibilantes) es
particularmente frecuente. El trastorno fonológico puede comportar asimismo errores
de selección y ordenamiento de los sonidos en las sílabas y palabras (p. ej., sol por los).
Aproximadamente un 2% de los niños entre 6 y 7
años de edad presenta un trastorno fonológico de moderado a grave, aunque la
prevalencia de las formas más leves del trastorno es superior. En el trastorno
fonológico grave, el lenguaje del niño puede ser relativamente ininteligible
incluso para los miembros de su familia. Las formas menos graves del trastorno
pueden reconocerse hasta que el niño ingresa en un ambiente preescolar o
escolar y tiene dificultades para ser comprendido fuera de su familia
inmediata. Aproximadamente en 3 de cada 4 niños con problemas fonológicos
ligeros o moderados no causados por enfermedades médicas generales se produce
una recuperación espontánea hacia los 6 años de edad.
Es
importante al realizar el diagnóstico diferencial el tener en cuenta que las
dificultades del habla pueden asociarse a retraso
mental, deficiencia auditiva u
otro déficit sensorial, déficit motor del habla o privación ambiental grave. Puede
verificarse la presencia de estos problemas mediante tests de inteligencia,
pruebas audiométricas, exploraciones neurológicas e historia clínica. Si las
deficiencias del habla son superiores a las habitualmente asociadas a estos
problemas o si interfieren con la capacidad del niño para ser comprendido por
las personas más próximas a él, puede establecerse un diagnóstico concurrente
de trastorno fonológico. Los problemas limitados al ritmo del habla o a la voz
no se incluyen en el trastorno fonológico y se diagnostican como tartamudeo o trastorno de la comunicación no especificado. Los niños con
deficiencias del habla debidas a privación ambiental pueden mejorar rápidamente
una vez subsanados los problemas ambientales.
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