En una primera fase suele surgir una
reacción de sobrecogimiento, con un cierto enturbiamiento de la conciencia y
con un embotamiento general, caracterizado por lentitud, un abatimiento
general, unos pensamientos de incredulidad y una pobreza de reacciones.
En una segunda fase, a medida que la
conciencia se hace más penetrante y se diluye el embotamiento producido por el
estado de “shock”, se abre paso a vivencias afectivas de un colorido más
dramático: dolor, indignación, rabia, impotencia, culpa, miedo, que alternan
con momentos de profundo abatimiento.
En una fase final, hay tendencia a re experimentar el suceso, bien espontáneamente, o bien en función de algún
estímulo concreto asociado (como un timbre, un ruido, un olor, etc.) o de algún
estímulo más general: una película violenta, el aniversario del delito, la
celebración de la Navidad, etc.
Echeburúa et. al. 2001 refieren que
hay que situar el daño psicológico en relación al trauma sufrido, al margen de
otras variables individuales (psicopatología previa, personalidad vulnerable,
etc.) o biográficas (divorcio, estrés laboral, etc.). La valoración del daño se
hace con arreglo a las categorías de discapacidad y minusvalía.
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