Lo que genera habitualmente daño
psicológico suele ser la amenaza a la propia vida o a la integridad
psicológica, una lesión física grave, la percepción del daño como intencionado,
la pérdida violenta de un ser querido y la exposición al sufrimientos de los
demás, más aún si se trata de un ser querido o de un ser indefenso (Green,
1990).
El daño generado suele ser mayor si
las consecuencias del hecho delictivo son múltiples, como ocurre, por ejemplo,
en el caso de una agresión sexual con robo o en el de un secuestro finalizado
con el pago de un cuantioso rescate por parte de la familia de la víctima.
En el caso de heridas físicas como
consecuencia del delito violento, el daño psicológico adicional es mayor que si
no hay lesiones físicas. Sin embargo, los heridos graves tienen con frecuencia
un mejor pronóstico psicológico que los más leves porque se les conceptualiza
fácilmente como víctimas y cuentan, por ello, con un mayor grado de apoyo
social y familiar.
Por lo que a las víctimas indirectas se refiere, el daño
psicológico experimentado es comparable al de las víctimas directas, excepto
que éstas hayan experimentado también lesiones físicas. En el caso de
terrorismo, la gravedad psicológica de la víctima indirecta es mayor cuando la
víctima directa sobrevive al atentado, pero queda gravemente incapacitada y
requiere grandes cuidados, que cuando ésta fallece (Echeburúa et. al. 2001).
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