viernes, 12 de septiembre de 2014

¿Cuáles son los tipos de respuesta inmune en el organismo?

            El organismo ha desarrollado dos formas de reaccionar a los antígenos:

1.     Inmunidad innata o inespecífica: constituye la primera barrera de defensa.
2.     Inmunidad específica o adaptativa: constituye un sistema complejo y elaborado constituido por células con receptores específicos capaces de reconocer el universo de agentes extraños que rodean nuestro organismo.

            En función de las células que participan en esta última forma de defensa pueden distinguirse dos tipos de respuesta inmunitaria específica:

a)    Inmunidad humoral mediada por las moléculas específicas para el antígeno, los llamados anticuerpos, producidos, a veces, lejos del lugar donde actúan, los cuales intervienen, por ejemplo, combinándose directamente con toxinas bacterianas y neutralizándolas, recubriendo a las bacterias y promoviendo su fagocitosis, etc.
b)   Inmunidad celular mediada por células que, específicamente sensibilizadas, se acumulan en el tejido implicado en la reacción y liberan a nivel local mediadores farmacológicamente activos.

            La inmunidad innata o inespecífica está constituida por las llamadas barreras naturales: la piel, la conjuntiva de los ojos y las membranas mucosas que tapizan los tractos respiratorio, digestivos y genitourinario. Cada una de estas superficies mantiene la esterilidad de los tejidos que recubren mediante diferentes mecanismos de tal manera que, para que se produzca una infección, los microorganismos deben atravesar esta barrera. Respecto del tipo de células que intervienen, aunque básicamente son los linfocitos y macrófagos los responsables de las clásicas respuestas inmune, existen numerosos tipos de células que actúan en las distintas reacciones inmunitarias (fagocitos, neutrófilos o leucocitos polimorfonucleares, leucocitos eosinofílicos, basófilos, macrófagos, etc.). Una de las reacciones importantes en este tipo de inmunidad innata o inespecífica es la inflamación.

            La inmunidad específica o adaptativa, en esta intervienen otro tipo de células las cuales intervienen en la respuesta inmunitaria específica caracterizada por su especificidad y memoria, lo que permite a un organismo adquirir inmunidad, esto es, que ante una segunda exposición al mismo agente invasor produzca una respuesta inmune más rápida y más intensa. Las células implicadas en esta inmunidad específica son los linfocitos (linfocitos B, linfocitos T).

            Existen dos tipos de respuesta ante una inmunidad específica o adaptativa: La respuesta primaria es la observada tras la primera inyección de un antígeno. Existe una fase de latencia entre la administración del antígeno y la aparición de niveles detectables de anticuerpo en el suero. Después sigue una fase de crecimiento exponencial de los títulos de anticuerpo, con su posterior disminución. La secuencia de aparición de anticuerpos es la siguiente: primero aparece la IgM y posteriormente las otras clases. No obstante, algunos antígenos solo inducen la formación de IgM. En este punto, cabe señalar que en el suero de animales normales, y con independencia de toda inmunización deliberada, existen anticuerpos (generalmente IgM) contra numerosos antígenos. Son los llamados anticuerpos naturales.

            La respuesta secundaria es la reacción observada tras una inyección de recuerdo que provoca una elevación rápida de los niveles de anticuerpo (preferentemente IgG), cuyo  pico es más elevado y más precoz que el de la respuesta primaria. El periodo de latencia es aproximadamente dos veces más corto y la dosis mínima de antígeno que permite obtener una respuesta específica es más baja.

            Una característica fundamental de la inmunidad específica es lo que se conoce con el nombre de memoria inmunológica, esto es, la capacidad de una célula del sistema inmunológico para reaccionar ante un antígeno con una respuesta de tipo secundario después de su primera exposición, Aunque hayamos superado con éxito el enfrentamiento contra un agente infeccioso, ese microorganismo no desaparece del ambiente y por tanto podemos volver a enfrentarnos con él. Por ello, es comprensible que los mecanismos inmunológicos implicados en el primer contacto con ese antígeno dejaran algún sistema de memoria que fuera capaz de responder con mayor rapidez y magnitud ante una posterior exposición. Por lo mismo es muy difícil sufrir dos veces enfermedades tales como sarampión, varicela, tos ferina, etc. (Oblitas, L. et. al. 2010).


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