Existen tres
aproximaciones al concepto de estilos de
vida. Se le considera en estilo de vida socializado al concepto que no
únicamente se refiere a una cuestión de hábitos personales, sino que también está
relacionado con la forma en que las sociedades organizan el acceso a la información,
a la cultura y a la educación. Esta dimensión social entiende el estilo de vida
como una interacción de responsabilidad individual y política pues asume que,
por ejemplo, el individuo no es el único responsable de morir de cáncer tras
cuarenta años como fumador. Esto es, su forma de vida no es sólo una cuestión de
voluntad o sentido de responsabilidad y se critica por tanto, la sobreestimación
del nivel de control sobre su propio estilo de vida puesto que muchos elementos
con poca o ninguna posibilidad de alteración personal son, precisamente, los
más peligrosos para la salud a nivel epidemiológico (pobreza, desempleo, etc.).
Desde esta
perspectiva, se pretende cambiar los estilos de vida a través del cambio de las
condiciones de vida. En este enfoque se destaca la definición de estilo de vida
propuesta por Abel (1991), quien establece que “los estilos de vida en salud
comprenden patrones de conducta relacionados con la salud, y valores y
actitudes adoptados por los individuos y los grupos en respuesta a su ambiente
social y económico”.
El problema de
esta conceptualización reside en la dificultad de operacionalizar un concepto
tan amplio y el posible enfoque a efectos de intervención. Sin embargo, ha
tenido influencia en los objetivos de la OMS en razón de que se ha incorporado
a un concepto de estilo de vida más socializado, puesto de manifiesto en los
intentos de promoción de la salud en el tercer mundo. (Oblitas, L. et. al.
2010).
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