Por supuesto que
sí. A pesar de muchos estudios tales como los de Selye, así como miles de
trabajos producidos sobre el tema del estrés, la ambigüedad persiste (Franks, 1994).
Hay quienes califican el término de “ubicuo” o generalizado (Bermúdez, 1996),
por la dificultad para definirlo adecuadamente. Esos equívocos y confusiones
son originados por el mismo vocablo “estrés”, que en inglés, tiene acepciones
difíciles de traducir.
El término stress, de origen anglosajón, significa
“tensión”, “presión”, “coacción”. Así, por ejemplo, to be under stress se puede traducir como “sufrir una tensión
nerviosa”. En este sentido, stress es
casi equivalente a otro término en inglés, strain,
que también alude a la idea de “tensión” o “tirantez”. Aunque ambos vocablos
tienen algunas semejanzas, presentan ciertas diferencias. El uso más destacado
de strain se realiza en el campo de
la física, en donde se emplea en referencia a la presión o tirnatez a que es
sometido un cuerpo por una fuerza determinada (por ejemplo, la tensión de una
cuerda o de un músculo). Por otra parte, stress
tiene otras acepciones, como “énfasis” o “hincapié”. Por otra parte, en el
ámbito lingüístico significa “acento”.
Por lo demás, es
un término neutro, es decir, para su correcta comprensión requiere de un adjetivo o de
un prefijo que califique, o caracterice el uso que se le quiere dar. Es
semejante a lo que sucede con otros vocablos, como “humor” o “ganas”. Así,
cuando decimos “¡qué buen humor tiene!” o “¡lo hizo de mala gana!”, es
necesario agregar el adjetivo para que pueda entenderse el mensaje. Cuando se
le utiliza con un prefijo, aplicamos la expresión distrés y eustrés para
referirnos, en el primer ejemplo, a las consecuencias perjudiciales de una
excesiva activación psicofisiológica, y en el segundo para hablar de la
adecuada activación necesaria para culminar con éxito una determinada prueba o
situación complicada (Gutiérrez, 1998).
La cuestión es
que para los angloparlantes la imagen mental que se forman del concepto stress presenta más matices que para
nosotros, ya que al traducirla se importó la acepción psicológica, perdiéndose
las otras. En definitiva no es la mejor palabra para transmitir la idea que
Selye pretendió. Omar (1995) sostiene que Selye eligió el término porque tenía
un conocimiento muy precario del inglés. Incluso, se habría arrepentido e
intentado cambiarlo por el término strain,
que sería más adecuado, pero el inesperado auge que había adquirido el vocablo
primigenio imposibilitó el cambio. Su mismo creador reconoce que el término ha
tenido una gran aceptación “en todos los idiomas extranjeros, incluidos
aquellos en los que ninguna palabra de este tipo existía previamente” (Selye,
1975).
Así, el término stress, “al no encontrar una traducción
satisfactoria en otros idiomas, pasó como tal a formar parte del lenguaje
científico universal”, dice Donalisio (1996). Por su parte, strain no consiguió traspasar la barrera
idiomática y hoy sólo se cita en medios psicológicos para aludir a los
correlatos fisiológicos del distrés. (Oblitas, L. et. al. 2010).
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