lunes, 29 de septiembre de 2014

Distrés vs. eustrés

            Selye reconoció los aspectos positivos del estrés, debido a lo cual bosquejó una suerte de filosofía de la vida que otorga la posibilidad de extraer de este concepto los mejores beneficios. Según Gutiérrez García (1998), el “padre de los estudios del estrés”, habría incluso diferenciado resultados “agradables o desagradables”. Al que provoca los primeros le denominó como “eustrés” o “buen estrés”, y al segundo, “distrés”, o “mal estrés”. Afirma al respecto que “el hecho de que el eustrés cause mucho menos daño que el distrés demuestra gráficamente que es el `cómo te lo comes´ lo que determina, en último término, si uno puede adaptarse al cambio de forma exitosa”. Sin embargo, estas indicaciones no modificaron su concepción general del estrés como “respuestas inespecíficas a los diversos estímulos positivos o negativos que actúan sobre él”.

            En general, la investigación científica ha adoptado la idea del estrés con una significación de consecuencias negativas para el individuo que lo sufre. Reconocer la pertinencia de una utilización técnica dual (“eustrés” versus “distrés”), forzosamente implica elaborar un nuevo modelo interpretativo en la medida de que ambos constructos se perciban con cualidades propias. Se trata de “establecer un nuevo enfoque positivo de las situaciones de desajuste, de tal forma que se potencien aspectos muy reducidos o desdeñados con las anteriores estructuras y se reduzcan alternativas de intervención/prevención que parecen, actualmente, en situación de “punto muerto” (Gutiérrez, 1998).

            Este modelo cuestiona la identificación del estrés con el distrés, es decir, quedarse con una visión psicopatológica que desconoce la perspectiva de la salud, la cual completa los casos y situaciones de eustrés, cuando el individuo realiza una gestión exitosa de las demandas de su entorno. Es la dimensión del estrés satisfactorio, que ofrece a sus actores experiencias positivas, sensaciones y sentimientos placenteros (sensación de bienestar, de adaptación), que fortalecen la propia autoestima y refuerzan las estrategias de afrontamiento (Bunting et al., 1986). Pueden resumirse en lo que Antonovsky (1979, 1987) denomina “fuerzas salutogénicas” y “vivencias de coherencia”, la personalidad “Hardiness” o resistente de Kobasa (1982, 1983), la autoeficacia de Bandura (1977, 1986), el locus de control interno, la personalidad tipo B, el optimismo (Scheier et al., 1985, 1986), la esperanza (Pereyra, 1997) y el concepto de resiliencia (Walsh, 1998). Todo esto conforma no sólo barreras que ayudan a mejorar la adaptación y reducir las consecuencias del distrés sino que desarrolla criterios valiosos para entender mejor la salud.

            Desde un enfoque fisiológico puede pensarse en el eustrés (Nogareda, 1994) como el aumento de catecolaminas (hormonas del sistema vegetativo) sin la aparición de cortisol (hormona del eje hipófiso-suprarrenal). Es decir, el cortisol vendría a actuar como un biomarcador de las situaciones de distrés. Expresado de forma alternativa, el eustrés sería la situación neuroendocrina que genera el mantenimiento de actividades en las que, sean cuales fueran las demandas, el grado de control del sujeto es alto (o bajas las restricciones). Por otra parte, si se definen en relación con el abordaje terapéutico, los procedimientos podrían diferenciarse. Así por ejemplo, el tratamiento del distrés trata de reducir la tensión muscular, aliviar los prejuicios y liberar la mente de los nocivos procesos cognitivos de la demanda de estrés, mientras que los procesos de eustrés no estarían al servicio de neutralizar o minimizar los prejuicios del distrés, sino que tratarían de promover los procesos de salud y bienestar.

            Gutiérrez (1998) resume esta expectativa cuando afirma que “es posible diseñar una formulación del proceso general de estrés que modele tanto los sucesos negativos como los positivos (distrés y eustrés, respectivamente): variables ambientales y recursos (distresores y eustresores), características de la persona (nociva y saludables), experiencias subjetivas (apreciaciones cognitivas), respuestas del individuo en caso de eustrés (satisfacción, mejora y acumulación de estrategias) y distrés (estrategias de afrontamiento, resultados y consecuencias), y posibilidades de transformación (generación de eustrés a partir del distrés). Todo ello, en las posibilidades de cambio y transformación, de cronificación de síntomas, etc.)”. En definitiva, pretendemos establecer un modelo que proporcione soluciones a los aspectos negativos de las situaciones de estrés y destaque la relevancia de los aspectos activos y positivos: un modelo que promueva el eustrés. (Oblitas, L. et al., 2010).



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