Selye reconoció los
aspectos positivos del estrés, debido a lo cual bosquejó una suerte de
filosofía de la vida que otorga la posibilidad de extraer de este concepto los
mejores beneficios. Según Gutiérrez García (1998), el “padre de los estudios
del estrés”, habría incluso diferenciado resultados “agradables o
desagradables”. Al que provoca los primeros le denominó como “eustrés” o “buen
estrés”, y al segundo, “distrés”, o “mal estrés”. Afirma al respecto que “el
hecho de que el eustrés cause mucho menos daño que el distrés demuestra
gráficamente que es el `cómo te lo comes´ lo que determina, en último término,
si uno puede adaptarse al cambio de forma exitosa”. Sin embargo, estas
indicaciones no modificaron su concepción general del estrés como “respuestas
inespecíficas a los diversos estímulos positivos o negativos que actúan sobre
él”.
En general, la
investigación científica ha adoptado la idea del estrés con una significación
de consecuencias negativas para el individuo que lo sufre. Reconocer la
pertinencia de una utilización técnica dual (“eustrés” versus “distrés”), forzosamente implica elaborar un nuevo modelo
interpretativo en la medida de que ambos constructos se perciban con cualidades
propias. Se trata de “establecer un nuevo enfoque positivo de las situaciones
de desajuste, de tal forma que se potencien aspectos muy reducidos o desdeñados
con las anteriores estructuras y se reduzcan alternativas de
intervención/prevención que parecen, actualmente, en situación de “punto
muerto” (Gutiérrez, 1998).
Este modelo
cuestiona la identificación del estrés con el distrés, es decir, quedarse con
una visión psicopatológica que desconoce la perspectiva de la salud, la cual
completa los casos y situaciones de eustrés, cuando el individuo realiza una
gestión exitosa de las demandas de su entorno. Es la dimensión del estrés
satisfactorio, que ofrece a sus actores experiencias positivas, sensaciones y
sentimientos placenteros (sensación de bienestar, de adaptación), que
fortalecen la propia autoestima y refuerzan las estrategias de afrontamiento
(Bunting et al., 1986). Pueden
resumirse en lo que Antonovsky (1979, 1987) denomina “fuerzas salutogénicas” y
“vivencias de coherencia”, la personalidad “Hardiness” o resistente de Kobasa
(1982, 1983), la autoeficacia de Bandura (1977, 1986), el locus de control interno, la personalidad tipo B, el optimismo
(Scheier et al., 1985, 1986), la
esperanza (Pereyra, 1997) y el concepto de resiliencia (Walsh, 1998). Todo esto
conforma no sólo barreras que ayudan a mejorar la adaptación y reducir las
consecuencias del distrés sino que desarrolla criterios valiosos para entender
mejor la salud.
Desde un enfoque
fisiológico puede pensarse en el eustrés (Nogareda, 1994) como el aumento de
catecolaminas (hormonas del sistema vegetativo) sin la aparición de cortisol
(hormona del eje hipófiso-suprarrenal). Es decir, el cortisol vendría a actuar
como un biomarcador de las situaciones de distrés. Expresado de forma
alternativa, el eustrés sería la situación neuroendocrina que genera el
mantenimiento de actividades en las que, sean cuales fueran las demandas, el
grado de control del sujeto es alto (o bajas las restricciones). Por otra
parte, si se definen en relación con el abordaje terapéutico, los
procedimientos podrían diferenciarse. Así por ejemplo, el tratamiento del
distrés trata de reducir la tensión muscular, aliviar los prejuicios y liberar
la mente de los nocivos procesos cognitivos de la demanda de estrés, mientras
que los procesos de eustrés no estarían al servicio de neutralizar o minimizar
los prejuicios del distrés, sino que tratarían de promover los procesos de
salud y bienestar.
Gutiérrez (1998)
resume esta expectativa cuando afirma que “es posible diseñar una formulación
del proceso general de estrés que modele tanto los sucesos negativos como los
positivos (distrés y eustrés, respectivamente): variables ambientales y
recursos (distresores y eustresores), características de la persona (nociva y
saludables), experiencias subjetivas (apreciaciones cognitivas), respuestas del
individuo en caso de eustrés (satisfacción, mejora y acumulación de
estrategias) y distrés (estrategias de afrontamiento, resultados y
consecuencias), y posibilidades de transformación (generación de eustrés a
partir del distrés). Todo ello, en las posibilidades de cambio y transformación,
de cronificación de síntomas, etc.)”. En definitiva, pretendemos establecer un
modelo que proporcione soluciones a los aspectos negativos de las situaciones
de estrés y destaque la relevancia de los aspectos activos y positivos: un
modelo que promueva el eustrés. (Oblitas, L. et al., 2010).
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