jueves, 16 de octubre de 2014

Estrés y sistema inmunológico

            Las investigaciones en ésta área han descubierto que las diferentes formas de comportamiento influyen en las células inmunitarias, aumentando o disminuyendo su actividad, a veces, incluso, durante periodos prolongados. Se puede comprobar que dormir bien o expresar los sentimientos son actitudes positivas para el sistema inmunitario, mientras que la depresión, el estrés crónico en el trabajo o el insomnio resultan a menudo contraproducentes. El cerebro y el sistema inmunitario se relacionan entre sí. La pregunta importante es cómo se comunican y en qué medida influyen en la salud.

            Los estudios experimentales en ratas puestas bajo situación de estrés han permitido detectar cambios en las células inmunitarias. En estas circunstancias, la capacidad de división de las células B (las fábricas de anticuerpos) y T (las células destructoras de las células extrañas) se reduce hasta 90%. Las “células asesinas” atacan a los tumores de una forma menos eficiente y las células T producen menos agentes químicos fundamentales, como la interleucina-2 o gamma-interferón. Los efectos retardados de una dosis de estrés pueden durar días. Si se pone a prueba una rata mediante shock eléctricos, giros u otras agresiones, se producen más tumores y de mayor tamaño, pero sólo si se trasplantan al animal antes de su experiencia “estresante”. El trasplante de tumores después de estas experiencias tiene el efecto contrario. Es como si el sistema inmunitario, mediante un mecanismo que se desconoce, tuviera un efecto de rebote después del estrés (Mestel, 1994).

            Hoy se conoce que cada tipo de célula inmunitaria reacciona de forma diferente ante el estrés. En cualquier tipo de experimento que se proponga, unas células aumentan su actividad mientras que otras la disminuyen. Janice Kielcolt y Ronald Glaser, de la Universidad de Ohio, abordaron el problema la década pasada. Luego de analizar muestras de sangre de estudiantes de medicina en diferentes temporadas del año, demostraron que en época de exámenes tenían una respuesta inmune más débil: sus células asesinas y sus células T funcionaban por debajo de la normalidad, y también existía una disminución de gamma-interferón. Por el contrario, los sistemas inmunitarios de los estudiantes eran más potentes después de las vacaciones de verano. “En una persona joven y sana, las pequeñas subidas o reducciones diarias de actividad del sistema inmunológico no importan mucho” (dice Glaser). El problema se agudiza en las personas ancianas, debido a que su “sistema inmunológico ya está empezando a debilitarse. Un estrés añadido puede ponerles en una situación límite” (Mestel, 1994).

            Existe suficiente evidencia de que aliviar el estrés y la depresión marca una importante diferencia en la evolución de los cánceres de piel, de mama o sanguíneos o de la médula ósea. Jean Richardson descubrió que los pacientes con leucemias y linfomas viven significativamente más tiempo cuando se les visita en sus domicilios. El efecto de esta atención individualizada puede explicarse independientemente de que las personas atendidas en sus hogares cumplen mejor el tratamiento médico. Fawzi ha presentado descubrimientos similares. Dividió 74 pacientes con melanoma en dos grupos. A uno de ellos se le proporcionó los cuidados habituales, al otro se le dio seis sesiones de grupo de apoyo, en las que se analizaron los problemas típicos con los que se encuentran los pacientes cancerosos, y les enseñaron estrategias para sobreponerse a ellos. Seis meses después, el grupo que había recibido el tratamiento adicional presentaba una actitud psicológica mejor que el “grupo de cuidados rutinarios” (Mestel, 1994).


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