El sociólogo
israelí Antonovsky (1988), desarrolló un modelo de génesis de la salud o
salutogénesis, que se ocupa de los factores que contribuyen a que las personas
permanezcan sanas a pesar de condiciones desfavorables o muy negativas.
Investigó mujeres que estuvieron detenidas en campos de concentración, entre
las cuales descubrió que 29% gozaban de buen estado físico y psíquico a pesar
del horror padecido. Destacó entre ellas, como recurso personal central de su
éxito adaptativo, lo que denominó “vivencia de coherencia”.
La vivencia de
coherencia es una orientación global que expresa en qué medida alguien posee
una sensación de confianza generalizada, duradera y dinámica, 1) de que los
acontecimientos del propio mundo interior y del entorno son estructurados,
predecibles y explicables, 2) de que hay recursos disponibles para enfrentar
las exigencias derivadas de dichos sucesos y 3) que estas exigencias
representan desafíos por los cuales vale la pena comprometerse (Antonovsky,
1988).
Los tres
componentes básicos de la vivencia de coherencia fueron denominados: 1)
sentimiento de comprensibilidad: es la idea que espera estímulos previsibles, o
por lo menos, si son sorpresivos, estructurables y explicables, 2) sentimiento
de factibilidad: se refiere a la percepción de disponer recursos para afrontar
las exigencias. A diferencia de la teoría atribucional, no se trata únicamente
de recursos que uno puede controlar, sino todo tipo de recursos, propios y de
otros (familiares, amigos, compañeros, profesionales) e incluso de Dios, 3)
sentimiento de sentido: es la creencia que la vida tiene un sentido o existe
alguna explicación aun para cosas desgraciadas o absurdas. Este enfoque tiene
mucha similitud con el concepto de “voluntad de sentido” de Frankl (1982,
1991).
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