Al estudiar los
resultados del ajuste es necesario discriminar entre “eustrés” o estrés
positivo y “distrés” o estrés negativo. Es obvio que en ambos casos los
resultados serán muy diferentes. Selye (1975) también declaró: Stress is the spice of life, es decir,
que el estrés es la sal de la vida o lo que le da sabor. En este sentido, el
estrés trae consecuencias de bienestar físico y psicológico, como ocurre con
las personas resilientes o hardiness.
Sin embargo, la literatura científica se ha centrado en los resultados nocivos
o perjudiciales, tanto para los individuos como para las organizaciones.
Diversos modelos
teóricos sobre el estrés laboral, por ejemplo, consideran los resultados
organizacionales del mismo. Entre ellos, Marshall y Cooper (1979), han descrito
los llamados “síntomas organizacionales” del estrés, distinguiendo la baja
productividad, el absentismo (Woo et.
al., 1999), la tasa de rotación, la accidentabilidad, entre otros, que se
asocian con malas condiciones del medio laboral (por ejemplo, luz pobre,
temperaturas no confortables) o del contexto social (por ejemplo, el alto nivel
de conflicto interpersonal) u organizacional (por ejemplo, trabajos pesados,
poco descanso). También se ha prestado mucha atención al estudio de la
satisfacción laboral, los resultados de desempeño y el burnout o el “síndrome de estar quemado”.
En un reciente
informe de la (OIT) denominado Mental
Health in the Workplace, se analiza la situación de los trabajadores, las
políticas y los programas de salud mental en el ámbito laboral de cinco países:
Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Finlandia y Polonia. Según el documento,
uno de cada diez trabajadores sufre depresión, ansiedad y estrés, que en
algunos casos llevan al desempleo y la hospitalización. Expertos de ese
organismo indican que los costos del estrés laboral están aumentando, y que la
incidencia de la depresión entre los trabajadores es cada vez mayor.
Precisamente, entre las razones del aumento de las enfermedades mentales, la
OIT cita “el impacto de la revolución tecnológica” y la competencia, por lo que
“no debe sorprender que cada vez sean más los casos de discapacidad
relacionados con la presencia de dolencias crónicas tales como el estrés
inducido por trabajo” (Shapira, 2001).
A nivel
individual se han investigado las respuestas fisiológicas (presión sanguínea,
ritmo cardiaco, niveles hormonales, problemas digestivos, úlceras, etc.), las
respuestas emocionales (ansiedad, fobias, hostilidad, depresión, etc.) y las
respuestas conductuales (adicciones como el alcoholismo, tabaquismo u otras
sustancias psicoactivas, abuso o violencia familiar, accidentes, etcétera).
Como se ha visto,
Selye estudió las respuestas del organismo y definió el estrés como la
respuesta inespecífica de éste ante cualquier demanda que se le haga y
describió el conocido Síndrome de Adaptación General.
Con respecto a
las respuestas emocionales y conductuales, un estudio realizado por O´Dougherty
y Brown (1990), centrado en el estrés generado por la enfermedad en la
infancia, realiza una síntesis muy adecuada e ilustrativa, que completa otras
informaciones ya adelantadas, sobre las posibles reacciones o impacto
psicológico que pueden producirse en el sujeto y su familia, considerando la
edad específica o el grupo de riesgo ante cada estresor específico. (Oblitas,
L. et al., 2010).
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Puente de Piedra No. 150. Torre I Consultorio 430 4to. Piso Col. Toriello
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