En los jóvenes es saludable expresar
y manifestar los sentimientos, inclusive los sentimientos llamados “negativos”,
entre los cuales se encuentra el enojo, aunque a los mismos se les deba calibrar,
moderar o canalizar. Formas aceptables de canalización son, por ejemplo, el
grito, el “chisme”, el sarcasmo, la oposición, la protesta y a veces el humor.
Es inconveniente, en cambio, “tragarse” los disgustos.
Las emociones son útiles cuando se
usan en la dirección y el momento adecuado; pero se convierten en patológicas
cuando debido a tergiversaciones culturales y daño psicológico, se dirigen a
destruir a quienes se debe apoyo, amor o agradecimiento. El ser humano suele
dirigir su emoción destructiva contra seres a quienes se supone que debe
proteger y amar: la novia o la esposa, los hijos, los padres o los hermanos, o
bien contra el propio yo.
En los adolescentes la falta de
desarrollo emocional correcto puede provocar conductas de emocionalidad
destructiva tales como ser celosos y prohibitivos, agresivos, malignos,
alcohólicos incongruentes, golpeadores, abusivos, cínicos; etc. Y proyectarla
con los padres, maestros, hermanos, compañeros, pero muy especialmente con la
pareja. Lamentablemente desde las situaciones de noviazgo pueden observarse ya
relaciones destructivas. Cuando esto ocurre el joven se dedicará a hostigar,
avergonzar y celar a su pareja, en vez de a quererla y a apoyarla
solidariamente en la solución de problemas.
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