La palabra preocupación indica la ocupación
reflexiva o interiorizada que se produce en relación con un problema
importante, antes de pasar a resolverlo en la práctica. Realizar esas
actividades de planeación, previsión y construcción internalizada de
soluciones, es el sentido normal de la preocupación.
Un adolescente, por ejemplo, puede
estar preocupado por el examen de matemáticas del lunes siguiente. La
consecuencia normal de esta preocupación será reunir los materiales, datos,
libros o notas necesarios y ponerse a estudiar las matemáticas. Pero si la
preocupación no desemboca en la ocupación real, entonces se estarán dejando
problemas pendientes y la inquietud intelectual y emocional se irá acumulando
en un desgaste infructuoso.
Si las preocupaciones son varias y
contradictorias, tales como estudiar matemáticas, ir a la fiesta, usar video
juegos y ver un programa de televisión, es necesario que piense en todas ellas,
las jerarquice, organice y realice de la manera que parezca más satisfactoria.
Así conseguirá el mayor rendimiento, la máxima satisfacción y el mejor uso de
su tiempo.
Sin la preocupación, es decir sin la
ocupación previa mental, los pendientes pueden no realizarse nunca o pueden
irse efectuando de manera anárquica, desordenada y con resultados
insatisfactorios. Aquí aparece un primer riesgo para el adolescente: adoptar el
criterio que los conflictos y problemas se resuelvan “solos”, pues esto puede
conducir a que se queden sin resolver; constituye un riesgo porque si la
muchacha o el muchacho se “preocupan” por las matemáticas, pero no llegan a
ocuparse de ellas, el resultado del examen puede ser desastroso. (Robles, 2012).
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