Los adolescentes, como todas las
personas, manifiestan conductas tanto constructivas como destructivas, pero
éstas pueden variar mucho tanto en las combinaciones como en las proporciones.
Si el predominio es positivo se consideran combinaciones normales, pero si el
predominio es destructivo, el caso se ubica en el terreno de la
disfuncionalidad. Son rasgos de emocionalidad destructiva la prepotencia (“Yo
puedo abusar e ti, sin que me pase nada”); la agresividad ofensiva (“eres un
estúpido”); el cinismo (“no me importa lo que te pase”); la malevolencia (“tú
serás siempre el culpable”; y otras dirigidas a vulnerar a los demás de la
manera más insidiosa y grave posible. Cuando el adolescente comienza a
practicar una emocionalidad destructiva, se está encaminando hacia la
diseminación de malestar en sí mismo y en los otros.
Todas las emociones tienen bases
hereditarias, tanto las destructivas como las constructivas, debido a que el
humano siempre ha tenido la necesidad tanto de enfrentar a otros como de ser
solidario y afectuoso con ellos, Parecidos impulsos se encuentran en los
animales, los cuales son capaces, por ejemplo, tanto de destruir a sus presas,
como de proteger a sus hijos. (Robles, 2011).
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