El punto de vista egocentrista gobierna
las relaciones del infante con el mundo de los objetos (es decir, la madre,
etc.). Antes de que haya sido alcanzada la fase de la constancia objetal; el
objeto, es decir la persona que cumple las funciones de madre, no es percibido
por el niño como una existencia independiente y propia, sino sólo en relación
con el papel que tiene asignado dentro del esquema de necesidades y deseos del
niño. En consecuencia, todo lo que sucede en el objeto, o al objeto, se
interpreta desde el punto de vista de la satisfacción o frustración de deseos.
Las preocupaciones de la madre, su
interés por otros miembros de la familia, por el trabajo u otras cosas, sus
depresiones, enfermedades, ausencias, incluso su muerte, son transformadas por
experiencias de rechazo y deserción. Por la misma razón, el nacimiento de un
hermano se interpreta como una infidelidad por parte de los padres, como una
expresión de falta de satisfacción y la crítica de sus padres hacia su propia
persona; en resumen, como un acto de hostilidad y desilusión que se expresa a
través de exigencias o en un retraimiento emocional con sus consecuencias
negativas. (Ana Freud, 1971).
Es por esto que al observar la
conducta de los niños, nos damos cuenta de que todo va en función de sus necesidades
y no existe la preocupación por el otro, mostrándose egoístas, narcisistas; sin
embargo, hay que entender que debido a la inmadurez de su desarrollo emocional todavía
no tiene la capacidad de percibir al otro como un ser distinto a él, con sus
necesidades emocionales, personales, etc. diferentes a las de él mismo.
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