Una de las diferencias fundamentales
entre los niños y los adultos en su forma de ver el mundo tiene que ver con la
relativa debilidad de los procesos secundarios del pensamiento a diferencia de
los adultos.
El proceso secundario del
pensamiento es aquel que se guía por el principio de la realidad, es capaz de
postergar la satisfacción de sus deseos, tolera las frustraciones, se mantiene
constante en las relaciones objetales (es decir, con las personas), reacciona
en forma controlada ante las limitaciones que le impone el vivir; su accionar
es mesurado, capaz de planificar y orientar su vida hacia una meta; su curso es
longitudinal y su expresión ideativa es por medio del pensamiento lógico y
racional de la palabra. El
trabajo de convertir los contenidos mentales en réplicas fieles y precisas de
los contenidos del mundo externo se lleva a cabo mediante el proceso secundario.
El hecho de que exista una relativa
debilidad no tiene nada que ver con que el niño tenga carencia absoluta de
razonamiento. Un niño pequeño, después del segundo año de vida, puede entender
muy bien, por ejemplo, la importancia de los hechos médicos, reconocer el rol
beneficioso del médico o del cirujano, la necesidad de tomar las medicinas al
margen de su sabor desagradable, de respetar ciertos regímenes dietéticos o
hacer reposo en cama, etc. El hecho que deba permanecer en cama se convierte en
prisión, la dieta en privación oral intolerable; los padres que permiten que
sucedan todas esas cosas desagradables (en su presencia o ausencia) cesan de
ser figuras protectoras y se convierten en hostiles, contra las cuales el niño
descarga su hostilidad, enojo o agresión. (Freud, A. 1971).
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