Los jóvenes adolescentes a menudo
buscan el riesgo, decía Freud que se encuentran en un estado de “sobrecarga
energética”. Necesitan mucho movimiento para liberar las fuerzas que los
animan. Los adolescentes necesitan experimentar, ponerse a prueba para
afirmarse y encontrar sus límites, recurren al riesgo para superarse a sí
mismos.
De hecho debido a que actualmente a
los adolescentes no se les aplica ningún rito de iniciación para poner a prueba
su cuerpo y su mente, así como no se les concede ningún espacio social ni
ninguna responsabilidad; esto provoca que tengan la sensación de que realmente
no existen en el seno de la ciudad; consecuentemente al verse privados de
expresión pública, llaman nuestra atención mediante conductas más o menos
extremas.
Por lo mismo no hay que sorprenderse
de que para los adolescentes sea “natural” el hecho de ponerse en riesgo.
Resulta necesario arriesgarse para conocerse a sí mismo y afianzar la propia
identidad. Lo nuevo es que el riesgo se ha convertido con la modernidad en el
motor de las conductas individuales. También es una manera de evaluarse a sí
mismo en un mundo de competitividad. Sin embargo, el riesgo no deja de ser
peligroso.
En el mundo actual el cual se ha
vuelto menos colectivo y más individual, el peligro ayuda a los adolescentes a
encontrar por sí mismos el sentido de sus conductas, debe asegurarse
físicamente de su identidad, buscar en sí mismo toda esta energía que lo
irriga, poner los límites cada vez más lejos. Pero el riego, el peligro, forman
parte del “juego”, le dan sentido. Rebasar sus límites, superarse, comprobarse
que “uno lo puede hacer”; esa es la meta.
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