La cultura adolescente no es como se
suele pensar, una simple suma de diversiones y de “practicas”, según la jerga científico-administrativa
vigente. Tampoco es la afirmación de un tiempo libre, que se opondría a los
tiempos “constreñidos” (familia, escuela…), porque nunca dejar de ser lo que es,
de una u otra manera. No es un tiempo ligero, frívolo, frente a unos tiempos
pesados, serios.
El tiempo adolescente es un tiempo
continuo, un tiempo eminentemente cotidiano, que se conjuga en un presente
inmediato. Es un tiempo radiante, el de la realidad, claro está, pero también
el del sueño. Ayer Michael Jordan, hoy Leo Messi, llenan las noches de los
aprendices deportistas. Justin Bieber, Selena Gomez, las de las jovencitas
actuales.
En estos tiempos, la música ocupa un
lugar central, sumerge al mundo adolescente, viene a fijarse en los psiquismos,
como para dibujar una nueva región cerebral entre unos y otros. Incluso podemos
afirmar que la música es el verdadero lenguaje de la “juventud”. El rock
(siempre), el rap (todavía), la tecno (cada vez más), pero también el reggae o
el rai… no son simples distracciones sino comportamientos ante el mundo. El
eclecticismo musical resulta, al respecto, asombroso. La adolescencia es una
inmersión cotidiana, ya sea solitaria o en grupo, en baños sonoros, a menudo
hasta el paroxismo. Hay momentos clave: el concierto, por ejemplo, o (muy de
moda) las raves parties que permiten,
durante un lapso de tiempo siempre demasiado breve, borrar el presente que a
veces resulta tan poco emocionante (Fize, 2007).
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