En un principio todo empieza
“tranquilamente”. Primero, en sexto de primaria y en primero de secundaria se
platica un poco, las chicas con las chicas, los muchachos con los muchachos.
Luego, unos y otros descubren poco a poco el deseo. Hacia los 12-13 años, en la
secundaria, se empiezan a mezclar, antes de volverse un poco más audaces; a los
14 años se besan (en la boca) y se acarician un poco, nada más. La relación con
penetración llegará más tarde. En pocas palabras, el encuentro con el otro sexo
no deja de ser una operación delicada. El recurso a acudir a un “mediador
afectivo” sigue siendo en esas condiciones la manera más clásica de entrar en
contacto, sobre todo entre los más jóvenes: el chico manda a uno de sus amigos
ante la elegida para preguntarle si aceptaría ser su novia.
Siguen las fantasías, las primeras
prácticas masturbatorias (prácticamente todos los chicos recurren a ellas; las
chicas un poco menos). La formación de una verdadera relación de intercambio
requiere de tiempo; implica una serie de pruebas, de etapas previas, de tanteo.
Todo empieza con la primera “velada” en casa de amigos, lejos de los padres.
Primera velada a menudo sinónimo de primer cigarro, primer trago de cerveza o
de alcohol. La primera relación sexual sólo ocurre cuatro o cinco años después.
Las más de las veces, no es como se había imaginado. La decepción es frecuente.
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