En los últimos 30 años se
incrementaron al 70% los suicidios en los adolescentes. En esta sociedad de
competencia permanente la presión es fuerte. Existe para todas las edades la
amenaza de la inactividad y por lo mismo existe un paralelismo entre las curvas
del desempleo y del suicidio las cuales aumentan en forma simétrica desde hace
25 años.
Tanto en los niños y los
adolescentes, la presión escolar, cada vez más precoz (empieza desde la
primaria) acompañada de su séquito de violencias, exclusiones, fracasos y
angustias contribuyen al suicidio. Fize (2007) refiere que la escuela se ha
convertido a lo largo de los años en una “fábrica de excluidos”. El niño debe
aprender su “oficio de alumno”; debe crecer aceleradamente, tener muy pronto un
proyecto para el futuro. De hecho, un adolescente sin proyecto es una causa de
preocupación en su entorno. Ningún adolescente está exento hoy en día de una
forma u otra de estrés. Entonces procura no pensar en un futuro a menudo poco
prometedor; de este modo, la reflexión siempre se limita al corto plazo: lo que
llama su atención es la prueba o el examen por venir. Luego, ya veremos…
Así pues, el tiempo adolescente se
asemeja a una sucesión de presentes. Esta situación puede ser la causa de
estados depresivos particularmente graves que, en el peor de los casos,
desembocan en una tentativa de suicidio.
En la actualidad, quedó establecido
el vínculo (aún tenue) entre presión escolar y este último fenómeno. Desde
luego, sólo se trata de un factor entre muchos otros, individuales y sociales,
pero no es nada desdeñable. De ahí el desarrollo de una nueva forma de
suicidio: el “suicidio paradójico”, suicidio de alumnos brillantes, los de las
oposiciones o de las instituciones de enseñanza superior de gran prestigio
quienes, en el transcurso o al final de su escolaridad, caen en una crisis
repentina que los lleva a atentar contra su vida.
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