En España, Echeburúa et. al. (2002) realizaron
un estudio sobre las víctimas de delitos violentos en el cual se concluye que: Tanto
en las agresiones sexuales como el terrorismo y, en menor medida, la violencia
familiar constituyen sucesos negativos que generan con una gran frecuencia e
intensidad el trastorno de estrés postraumático.
Es sin duda, el carácter reciente
del trauma, cualquiera que éste sea, la variable más relevante y la que hace
más probable la presencia y, en su caso, la gravedad del trastorno de estrés
postraumático. No deja de ser llamativo que, a pesar de ello, casi dos tercios
de las víctimas no recientes, que han estado expuestas al trauma hace ya muchos
meses e incluso años, padezcan el trastorno de estrés postraumático o, al
menos, el subsíndrome. Las conductas de evitación son las que tienden más fácil
a cronificarse a diferencia de otras reacciones ante situaciones de duelo
–revés económico, desengaño amoroso, pérdida de un ser querido, etc.-, este
cuadro clínico no remite espontáneamente con el transcurso del tiempo y tiende
a cronificarse.
Respecto a la violencia familiar, el
trastorno de estrés postraumático está presente en casi la mitad de la muestra
(sin distinciones entre el maltrato físico y el maltrato psicológico ni en
cuanto a la frecuencia del trastorno ni en cuanto a la gravedad del mismo),
que, aún siendo un porcentaje por debajo del existente en las agresiones
sexuales, es, sin embargo, clínicamente relevante, lo que resulta congruente
con los datos obtenidos en otros estudios (Dutton-Douglas et. al. 1994).
Por lo que se refiere al ámbito
específico del terrorismo, se tienden a observar perfiles psicopatológicos
diferentes según sea el tipo de victimización sufrido. En concreto, en las
víctimas de atentado destacan los síntomas de re experimentación y de hiperactivación;
en los de secuestro, la amnesia psicógena o los síntomas disociativos, quizá
porque en este caso los síntomas responden a un deseo de olvidar una
experiencia traumática prolongada y de la que han derivado consecuencias
indeseables (alteraciones crónicas de salud, pago de un rescate, etc.).
Por último, y a pesar de todo lo
expuesto, muchas personas se muestran resistentes
a la aparición de miedos intensos, de gravedad clínica, tras la experimentación
de un suceso traumático, Ello no quiere decir que no sufran un dolor subclínico
ni que no tengan recuerdos desagradables, sino que, a pesar de ello, son
capaces de hacer frente a la vida cotidiana y pueden disfrutar de otras
experiencias positivas (Avia y Vázquez, 1998; Seligman, 1990).
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