Los adolescentes tiene su propio
lenguaje que se distingue del lenguaje “ordinario”. Lenguaje crudo, agresivo de
los chicos (y cada vez más frecuente en las chicas). Poseen creatividad,
dinamismo y adaptabilidad como sus valores más notables en su universo
cultural. Existe una notable producción en la música, los deportes, los juegos.
La cultura adolescente suele ser ruidosa, porque busca llamar la atención,
significar la existencia. Y deja huellas por las mismas razones. Huellas en el
cuerpo, huellas en la ciudad (como los grafittis).
El grafitti precisamente tan
criticado, no solo es un “estruendo visual” o un simple asunto de deterioro,
sino también es la expresión de ciertas capacidades y habilidades: rapidez en
ejecución –so pena de ser arrestado--, trabajo gráfico que requiere paciencia y
constancia. La patineta no sólo es una historia de rebeldes subidos en curiosas
tablitas, sino también una técnica (hasta el virtuosismo), una fraternidad.
La cultura adolescente, más que
nunca, aparece como una respuesta a esa identidad que la sociedad ya no ofrece
a la joven generación, como una reacción a unos mecanismos de socialización
agotados, estancados (escuela, trabajo, familia). Entonces los adolescentes se
definen en su mundo sustituto en el que cada quien tiene su lugar, un mundo
hecho de valores, sensibilidades, gustos y estilos particulares, y también
compuesto de consumidores ávidos, frenéticos y precoces.
Esta cultura perdura. Bajo el doble
efecto del desarrollo de una sociedad del tiempo libre y de las dificultades de
integración profesional, los adolescentes se arraigan en un mundo que les da
consistencia a su existencia, Por lo tanto, no debe sorprendernos que, una vez
que se han vuelto jóvenes adultos, conserven el gusto por unas prácticas o unas
distracciones adquiridas durante su adolescencia. Estos jóvenes de 25 a 30 años
suelen tener regresiones nostálgicas con algunos programas de televisión como
los dibujos animados japoneses denominados “mangas”. (Fize, 2007).
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