Ramírez (1987)
menciona que en función del desarrollo emocional, el ser humano necesita
desarrollar una diferenciación completa de 3 grandes áreas llamadas I. Placer-Displacer, II. Interno-Externo y III. Representación del Self-representación
de Objeto (es decir, representación de sí mismo y representación de los
demás). Para lograr estas diferenciaciones el sujeto debe pasar por una serie
de periodos llamados 1-. Autoerotismo,
2-. Narcisismo Primario, 3-. Anaclisis, 4-.
Narcisismo Secundario y 5-. Complejo de Edipo. (Freud).
3-.
ANACLISIS:
Este período
va a plantear por primera vez la existencia del “objeto” como algo externo al
niño.
Winnicott
(1953, 1956, 1960) ha llamado la atención sobre la importancia que tiene el
comportamiento de la madre u “objeto” con su hijo, como un mediador para que
éste sea capaz de manejar su ambiente y en consecuencia aprender de él, hasta
ser capaz de satisfacer sus necesidades de una manera autónoma.
Freud (1917)
define al “objeto” como: “aquel en el cual, o por medio del cual, puede el
instinto alcanzar su satisfacción…” y, continúa: “…es lo más variable del
instinto, no se encuentra enlazado a él originalmente, sino subordinado a él a
consecuencia de su educación, al logro de su satisfacción. No es necesariamente
algo exterior al sujeto, sino que puede ser una parte cualquiera de su propio
cuerpo y es susceptible de ser substituido por otro durante la vida del
instinto.”
Este tercer
período, denominado por Freud “anaclítico” (“dependiente del objeto”), sugiere
una renuncia de la “omnipotencia mágica compartida” del período simbiótico y su
cambio por una “dependencia hacia el objeto”, el cual se percibe “en el
exterior”, pero del cual no se tiene conciencia de que sea diferente del self,
sino que oscila en la concepción de si el “self” forma parte de ese objeto
externo todopoderoso, o si éste es simplemente una extensión de ese “self”
destinado a satisfacer las necesidades del sujeto desde el exterior. Esta
oscilación es señal clara de que si bien ya hay diferenciación entre el placer
y displacer, y entre lo percibido como externo, aún no se logra la diferenciación
de los límites entre la representación del self y la de los objetos.
Sin duda, a
este período corresponde la mayor dificultad teórica y clínica en su
determinación y aquí es donde los autores difieren más. Kernberg plantea su
tercer período “diferenciación de las representaciones del self de la de los
objetos”, como coincidiendo con la fase de práctica y de reaproximación de
Mahler, y deja el proceso de separación ubicado dentro del estadio simbiótico,
En 1976, él ubica la organización borderline hacia el final del período 3, en
concordancia con las ideas de Mahler; pero tanto en 1980, como en 1984,
extiende el periodo señalando que los casos más graves de pacientes borderline,
se encuentran más hacia el inicio de la fase tres o al final de la dos. De
cualquier forma el planteamiento de Kernberg no parece claro al respecto de si
para él el proceso de diferenciación externo-interno y el de representación del
self-representación del objeto se dan simultáneamente, lo cual no parece
plausible, ya que para Spitz, el reconocimiento de la cara de la madre es
puramente cognitivo, con lo cual estaría de acuerdo con Piaget (Chardon-Michaca
1984). Pero ese reconocimiento carece de representación interna, tal como se
puede observar en la reacción de angustia en los niños al perder el contacto
visual con el objeto del cual dependen en forma absoluta; inferimos de ello que
en el inicio de la Anaclisis no ha procesos de internalización eficiente y por
tanto es difícil hablar de un mundo representacional como tal.
Resumiendo, en
el período anaclítico se presentan los siguientes procesos:
a)
El reconocimiento de un objeto
externo (cognitivo) del cual depende el sujeto, al que le atribuye toda la
omnipotencia.
b)
Una marcada maduración de los
aparatos de autonomía primaria del yo, en especial la percepción, motilidad,
memoria y umbrales.
c)
El uso del mundo externo en una
función de complementación, ya sea que el objeto se sienta parte de ese mundo
externo o que lo viva como una extensión de su self.
d)
La existencia de un “self
cohesivo” muy vulnerable, tanto a la amenaza de fusión por parte del objeto
como a un abandono por parte de éste, ambas situaciones temidas y deseadas.
e)
Un conflicto de intereses entre
las fuerzas autónomas del yo que “empujan” al niño a separarse del objeto y los
deseos regresivos de compartir la omnipotencia del objeto característico del
período simbiótico.
f)
El uso del mecanismo de escisión
para tratar de manejar los conflictos de la etapa.
Estableciendo el punto de que la
adquisición del “self cohesivo” (Kohut 1971) se da en esta fase, parece
importante situar el escenario en que se va a producir esta cohesión, su forma
y su propósito.
El continuo éxito se encuentra en la
situación de que al salir de la simbiosis ha perdido su sentimiento de
omnipotencia, o dicho de otra manera, su equilibrio narcisista, el cual había
sido sostenido por una “buena modernización” (Winnicott, 1953) durante la etapa
narcisista.
El continuo éxito, sólo interrumpido
por frustraciones óptimas de los deseos del niño, fortalecieron su confianza
básica y lo prepararon para entrar a la fase de separación donde el trasladarse
la omnipotencia al objeto, le deja inerme y a merced de éste. Si la situación
simbiótica fue óptima, la angustia ante extraños se verá pronto mitigada y la fuerza
de las funciones de la autonomía primaria va a permitir la expansión de sus
horizontes.
De todas las funciones que el self
object (Kohut 1971) ha tenido que
realizar para el niño, una de las más importantes es la de tranquilización, de
calma, así como proveer de un alivio para la ansiedad desorganizante producto
del displacer extremo. Cuando el niño en la Anaclisis adquiere la conciencia de
la existencia del objeto “madre” en su exterior, ese objeto debe realizar la
función de tranquilizador preventivo y de aliviador de los estados de ansiedad
“impensable” a la cual aun es muy proclive, sobre todo frente al abandono. Marian
Tolpin (1971) hipotetiza, siguiendo parcialmente a Winnicott (1953), que la
función adscrita a la madre, se desplaza a un objeto transicional, quien
cumple, desde luego con la complicidad del niño, con esa función específica de tranquilizador
preventivo y curativo, que la madre había desarrollado, pero ahora en un objeto
que puede ser controlado por el niño. El objeto transicional (cobija, etc.)
representa un estado intermedio que posteriormente es decatectizado e
internalizado (vía internalización trasmutadora) y al asumir la función desde
adentro hace innecesario al objeto transicional, al cual, sin embargo, no se le
abandona del todo, ya que permanece como en reserva en caso de ser necesitado
frente a una situación de amenaza mayor que lo usual. De ahí que en un momento
dado se pueden observar en operación simultánea los tres niveles de tranquilizador:
La madre, el objeto transicional y la función internalizada cuyo mérito
fundamental es mantener la cohesividad del self frente a las amenazas de
irrupción masiva de ansiedad de abandono o de fusión.
Nos hemos detenido un poco más en este
período, porque aquí se plantean las operaciones patológicas que cada vez más
tenemos que enfrentar en nuestra práctica profesional, y comprender mejor las
situaciones intrapsíquicas y el comportamiento de las relaciones objetales a
este nivel nos proporciona la base para desarrollar estrategias de tratamiento.
Este período, por lo demás crítico, cuando es superado con ayuda de una buena
madre, nos lanza a nuestro cuarto período propuesto.
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