Por supuesto que sí. Debido a que
los adolescentes aspiran a tomar sus propias decisiones, dotados de una
inteligencia más agudizada, y también más multiforme, los adolescentes, desde
luego, pretenden analizar por su cuenta las situaciones que se les presentan.
Esto se vuelve inaceptable para muchos padres que perciben estos avances de
autonomía como otras tantas derrotas personales. De ahí los enojos, el mal
humor y la “tentación autoritaria” que suelen manifestar: Y, como respuesta de
parte de sus hijos, las rebeliones, provocaciones y demás arrebatos anímicos,
los cuales agravan aun más los conflictos y oposiciones de los padres. Es un
ciclo infernal.
Fize (2007) menciona que lo cierto
es que en la vida cotidiana, el adolescente nunca deja de ser un niño para los
padres. Puesto que vive bajo su dependencia legal y material; además, rechazado
por la sociedad adulta que le da pocas oportunidades de expresar sus ideas,
sigue siendo un menor de edad, y nada más. Por consiguiente, lo que esconde
detrás de la idea de “crisis de adolescencia” son en realidad las relaciones de
poder expresadas por los padres y que se vuelven insoportables para los
adolescentes.
Elías (1970) refiere que entre
padres e hijos siempre se trataba de pruebas de fuerza, centradas generalmente
en torno de los siguientes problemas: ¿Cuál de los dos es el que necesita más
del otro? (…) ¿Quién depende más del otro y, por consiguiente, se somete más al
otro? ¿Quién posee el mayor margen de poder y puede así manipular mejor al
otro, limita sus funciones o incluso desposeerlo de ellas?
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