Para los padres que tienen su propio
trastorno de madurez, la “crisis de adolescencia” en realidad es la manera de
proyectar en sus hijos dicho trastorno y, al mismo tiempo, de atribuir la causa
de éste a los adolescentes. Así es como se opera maliciosamente una
transferencia de crisis. ¡Abajo “la crisis de la mitad de la vida”, viva la
crisis de adolescencia! (Fize, 2007).
Esta mala jugada hecha a los
adolescentes es tanto más fácil de hacer cuanto que son ellos, los adultos,
quienes nombran las cosas (y por lo tanto la crisis que se deben tomar en
cuenta y las que hay que eliminar), y no sus hijos.
Puesto que el espíritu de nuestra
época es el de la libertad y la igualdad, , la situación ha cambiado: el
antiguo régimen familiar autoritario, por no decir autocrático, ya no está
vigente. Las reglas de los padres ya no pueden imponerse desde arriba, como en
tiempos pasados. Las órdenes terminantes ya no funcionan y han dado paso a las
experimentaciones adolescentes.
Ello resulta insoportable para unos
padres debilitados en sus capacidades de transmisión, no sólo de valores y de principios,
, sino también de conocimientos e incluso de experiencia. Esta situación puede
generar, como era de esperar, un fuerte sentimiento de impotencia, y por lo
tanto de irritación o incluso de agresividad. En resumen, frente a los
adolescentes convertidos en “reyes”, los padres se sienten claramente “destronados”.
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