En lo intelectual, gracias a la
maduración de su sistema nervioso, el adolescente llegará a ser capaz de
realizar complicadísimas actividades combinatorias con materiales abstractos:
el arte, la ciencia y la filosofía podrán ya tener para él profundos
significados.
En lo emocional se producirá una
nueva explosión de energías, las cuales deberán ser canalizadas a través de la
inteligencia, para lograr que funcionen como instrumentos al servicio del
propio adolescente y de quienes le rodean, y evitar en consecuencia, que se
pongan al servicio de la destrucción. Las nuevas emociones que experimenta el
adolescente requieren ser sometidas a un intenso proceso de clarificación. Las
necesidades de la infancia ya no son tan vigentes; entre otros fenómenos
aparecen fuertes impulsos de trato heterosexual, es decir, de trato cercano con
personas del sexo complementario. Surge con ello el deseo de autosuficiencia
económica y el de búsqueda de pareja estable, que plantean al recién llegado a
la adolescencia, una problemática desconocida hasta entonces. Ante esto, las
estructuras psíquicas logradas durante las experiencias de la niñez, resultan
insuficientes; se trata de situaciones emocionales que el adolescente intentará
continuamente resolver. Del tipo de soluciones que encuentre a estos
conflictos, dependerá en mucho, la fisonomía emocional futura del adulto. (Robles
2011).
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