El convertirse en adolescente en
realidad es un difícil proceso de emancipación, que suele reactivar en los
padres, su propia adolescencia (con sus recuerdos felices e infelices) y que
despierta en ellos la conciencia más aguda del tiempo que pasa, del dinamismo
que se va perdiendo, de la finitud inexorable. ¡Cuántas tristezas, nostalgias,
sienten entonces!
Fize (2007) refiere que es un miedo
generalizado que invade a los padres. Miedo a un declive de su sexualidad,
mientras que “su” hijo, en cambio, alcanza su madurez (y por tanto su plenitud)
sexual. Miedo al regreso (en forma de fantasía) de antiguos lazos incestuosos.
En efecto, mientras subsiste la “inmadurez” fisiológica del niño, el deseo
incestuoso (inconsciente) permanece oculto. Juegos de caricias, mismos diversos
se dan sin angustia ni culpabilidad, debido precisamente a esta “inmadurez”.
Todo esto cambia radicalmente en la adolescencia.
De tal suerte que al presenciar el “eclipse”
del infante, los padres tardan en adaptarse al recién llegado adolescente.
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